www.cocinaparaindignados.com |
El clima y el entorno que
habitamos han condicionado la existencia hasta el punto de determinar el
aspecto y el comportamiento de quienes lo habitamos. El frío ama las formas
redondeadas y forjó en aquellos que vivían en él pequeños cuerpos en forma de
cuenco para preservar mejor el calor, del mismo modo que la intensidad de los
rayos solares determinó el color de nuestra piel. La adaptación nos hizo más
eficaces para la supervivencia en el entorno inmediato (sobre todo cuando la vida
estaba expuesta a los rigores de la naturaleza), nos facilitó la existencia, pero
jamás limitó nuestras ansias de ampliar horizontes. Es por ello que la adaptación
y el inmovilismo nunca fueron sinónimos, a pesar de que la cultura, más tarde, se
empeñara en ello.
Ese maridaje sibilino que
relaciona la adaptación con la costumbre y el inmovilismo, se rige por los
mismos criterios en otros aspectos de la existencia, condicionando tanto
nuestra forma de percibirla que nos resulta mucho más cómodo avanzar por pura
inercia, sepultados bajo el peso de la rutina, que afrontarla sabiendo cuándo y
cómo hemos de ir soltando el lastre que nos permita levantar el vuelo cuando
sea el momento adecuado y seguir creciendo como personas.
Es el ‘Efecto Camaleón’, que
podemos observar en multitud de ámbitos: desde la barra del bar, donde la
clientela habitual parece un detalle de la propia decoración, pasando por los
sillones del congreso, en los que la disciplina de voto difumina el criterio
individual de los diputados hasta la invisibilidad, y los tiñe del color
impersonal e interesado de su partido. Pero es en nuestra propia existencia
donde este efecto extiende su influjo imperceptible llevándolo a sus últimas
consecuencias. Como camaleones, nos mimetizamos en nuestro hábitat para
desaparecer en él, pasando inadvertidos para todos aquellos que no forman parte
de nuestro ecosistema e incluso para nosotros mismos, sumergidos como estamos en
el líquido amniótico de la costumbre, ese fluido cálido y protector que nos impele
a avanzar en nuestra vida sin levantarnos del sofá, sin darnos la oportunidad
de saber de lo que seríamos capaces en otras circunstancias o negándonos
inconscientemente a cumplir nuestros deseos más profundos. Formamos un cuerpo
indisoluble con él, como el tornillo con su tuerca, que después de años de
ejercer su función terminan por formar un cuerpo único e inseparable, incluso
bajo el influjo del 3 en 1. Nos sentamos plácidamente en el sofá, nos colocamos
la bata, la cruzamos, evitamos que el frío aleccionador de la vida nos curta, y
terminamos frente al televisor viendo pasar nuestra existencia con las
palomitas sobre las rodillas. Es cuando alguien pasa por enfrente, no te ve y
se sienta encima, que te percatas de que la tapicería de ese inocente sofá te
ha engullido, ocultándote al mundo, mientras ha extendido como una planta
trepadora los motivos de su decoración por todo tu cuerpo, y una especie de
pánico existencial te invade. Urge levantarse y como las serpientes cambiar la
piel.
Porque cuanto nos acomodamos y abandonamos, pasamos a formar parte de la
resignada tripulación del Holandés Errante, tan identificada con el microcosmos
que habita que termina siendo una parte más del buque, ese ecosistema singular
sólo visible a los ojos de quienes lo habitan,
y capitaneado por un Davy Jones orgulloso y tranquilo ante la docilidad
sumisa de la dotación, que pese a cuestionar su vida no hace nada para modificar
su destino.
Las pequeñas cosas que percibimos
y valoramos del día a día son las que le dan sentido a la vida y la hacen
hermosa; pero los grandes pasos, esos que en ocasiones deberíamos dar y rara
vez nos atrevemos, parapetados en las excusas más absurdas, son los que la
hacen excitante, maravillosa y te completan. El roce de la mano o de unos
labios, la mirada o la sonrisa de los que te quieren, le dan sentido; decidir
cuándo mudar de piel, atreverte a saltar y cruzar solo la selva de la
incertidumbre, la hace apasionante.
Arriesgarse a perder el sitio en
el confortable sofá de casa para intentar seguir siendo uno mismo, es mucho más
atrevido e incierto que la aparente estabilidad que te procura no hacer nada, pero
probablemente es mucho más necesario. No es tan complicado. La dificultad está
en atreverse a ser fiel a uno mismo y reconocer el momento y el camino. Tan
solo debes levantarte, sacudirte los restos de la tapicería que te envuelven,
quitarte la bata y dar el primer paso…los demás vendrán solos.
Esta receta puede ayudarte a
pensar en ello. Una vuelta de tuerca en la utilización culinaria del boniato y
la infusión. Una posibilidad, que una vez conocida y cuando se prueba, abre un
mundo de oportunidades a quienes tiene un espíritu abierto y creativo: Cremita ‘Hacuna Batata’, la cremita de boniato que te hará feliz.
Una combinación exquisita, diferente y sana, que mezcla con elegancia la
rotundidad de la batata con la delicadeza del té para crear una crema sutil y
refinada que no dejará indiferente a ningún paladar.
Que te aproveche.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 750gr de boniato.
- 1 cebolleta.
- 1 puerro pequeño.
- 1lt de agua.
- 2 cucharadas de té negro de chocolate.
- Aceite de oliva virgen extra.
- Sal, pimienta y nuez moscada.
- Semillas de sésamo negro.
ELABORACIÓN
- Pela, lava y corta en trocitos la cebolleta y el puerro y sofríe en un poco de aceite a fuego lento en la cazuela donde vas a realizar la crema.
- Pela, lava y corta en trocitos el boniato. Cuando la cebolla y el puerro estén medio pochados incorporar, dar unas vueltas y dejar pochando unos minutos.
- Mientras, infusiona el té en el agua. Para ello incorpóralo cuando ésta esté muy caliente, pero sin llegar a hervir. Dejar infusionando durante 5’ ó 6’ e incorporar al resto de ingredientes, añadiendo sal, un poco de pimienta y media cucharadita de nuez moscada. Llevar a ebullición y cocer. Cuando ya esté cocido, batir y rectificar de sal.
- Emplatado: servir en cuenco o plato hondo añadiendo un chorrete de aceite de oliva virgen extra y semillas de sésamo negro.
NOTA
El té con chocolate le da un
sabor muy especial, pero si temes que la teína te va a desvelar o no encuentras en el supermercado, el
roiboos lo sustituye con mucha dignidad y le da un toque similar.
Los picatostes son también un muy
buen acompañamiento.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Queen, Perfume Genius.
Para la degustación: How you like me now?, The Heavy
VINO RECOMENDADO
Torondos Rosado 13, DO Cigales.
DÓNDE COMER
En cualquier lugar donde uno se
sienta realizado y satisfecho y cuyo paisaje te permita ser fiel a uno mismo.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Andar, andar sin prisa y sin
pausa. Siempre. Pero como Lázaro, primero levantarse.