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“Perdonar a los yihadistas es
cosa de Dios, mandárselos a él es cosa mía”. No, no es una frase sacada de un
personaje de Tarantino. Tampoco es de Scorsese o de Kubrick. Ni siquiera de
Rambo, aunque pueda parecerse a él. Es una frase de Putin (por la que cualquier
guionista daría lo que fuera), alusiva a su cruzada contra el Daesh en Siria, y
que encierra en sí misma la esencia de lo que se avecina. Si la realidad fuera
una película, sin duda, este sería su headline, su eslogan.
Suenan tambores de guerra. Ya
está ahí. Tan sólo queda hacerlo oficial. Es una realidad que todos los medios de comunicación se encargan de difundir
las 24h del día desde los atentados de París: Acabar con el Daesh es el
objetivo prioritario de Occidente. O ellos o nosotros. A cualquier precio.
Caiga quien caiga. Y todas las señales apuntan a ello: La ONU pidiendo al mundo
todas las medidas necesarias para acabar con él. Cumbres de jefe de estado para
diseñar estrategias de lucha. Ciudades que se blindan y se cierran a la vida en
su caza al terrorista. Obama prometiendo destruirlos. Países haciendo lo propio
tras el asesinato de sus ciudadanos... Incluso el Dalai Lama ha dicho que esta
amenaza no se soluciona rezando.
Occidente se viste para la guerra
y enseña sus dientes en una cruzada que se llevará fuera de sus fronteras para
evitar verse salpicado de nuevo por unos conflictos de los que es en parte
responsable. Una cruzada a la que acabaremos yendo todos de una u otra manera,
como lo hicimos aquel fatídico día en que 3 desalmados ponían sus pies sobre
una mesa en las Azores. Unas bombas que no explotarán sobre nuestras cabezas,
sino encima de la de algunos salvajes que matan en nombre de Alá para vergüenza
de éste, además de la de miles de personas tan inocentes como nosotros. Una vez
más. Por nuestra seguridad. Nada personal.
El protocolo que activa el miedo
ha funcionado a la perfección. Como siempre. Ya tenemos un nuevo 11S, y el
ciudadano lo justificará todo para sentirse protegido, desde la pérdida de
libertades individuales, hasta la muerte atroz y gratuita de civiles tan poco
culpables de su situación como él mismo. Simples daños colaterales asumibles en
aras de una seguridad unívoca: la nuestra. Y con un público tan entregado, los
gobiernos occidentes se sentirán legitimados para arrojar toda su ira sobre los
de siempre, sin percatarse que con el uso exclusivo e indiscriminado de las
armas jamás acabarán con un demonio que se aloja en sus propias entrañas, como
una solitaria dormida deseosa de despertar. Una solitaria creada y alimentada
por ellos mismos. Porque la inmensa mayoría de fanáticos que atentan en
occidente proceden de su propio seno, descontentos radicalizados fácilmente
manipulables a través de las redes sociales y la religión.
Eso sí, después, lavaremos
nuestra manipulada conciencia cambiando la foto de perfil en las redes sociales
por logos solidarios, y solicitaremos indignados la inclusión en ese mercadeo
de la solidaridad emocional de los de aquellos países remotos sobre los que
llueven bombas todos los días. Simples demostraciones de empatía con el mismo
valor que la foto de la última cena de empresa. Plañideras de coste 0 sin otro
objetivo que exhibir lo solidarios que somos.
Se combate a los malos con las
armas, sí, pero con todas, también con la solidaridad y la coherencia. Porque
no se trata de aprovechar la coyuntura para elevar los índices de popularidad
de los políticos. No se trata de reaccionar sólo cuando los muertos somos
nosotros, esperar a que la mierda nos salpique para darnos por aludidos. Se
trata de ser menos hipócritas y más congruentes: No vender armas a los mismos
que después hemos de combatir. No comprar petróleo a quienes financian con la
transacción su Estado del terror y las armas que nos matan. Y también se
combate con las instituciones y servicios del estado, porque donde éste fracasa
el extremismo triunfa. Es en esos guetos periféricos de nuestras ciudades, surgidos
entre los escombros de la pobreza y del abandono institucional; en esas filas
de desempleados y descontentos; en esos agujeros negros colmados de abandono e
indiferencia donde hay que luchar más aún, si cabe y por pura autodefensa; llenando
esos vacíos infinitos de educación, de sanidad,
de urbanidad y de sentido de pertenencia. Solo así esos hijos de puta
dejarán de reclutar sus soldados en nuestra propia casa.
A estas alturas a saber si quedan
hombres buenos entre quienes nos gobiernan, pero me pregunto si al menos quedan
de esos otros capaces de anteponer el bien común, el de todos, los de aquí y
los de allá a los propios intereses y actuar en consecuencia ¿quedan de esos? Por
la cuenta que nos trae y lo que pueda pasar, esperemos que sí.
Que el plato de hoy nos sirva de
homenaje a todos, los de aquí y los de allá, todos, y que se le haga bola y se
le atragante a todos esos indeseables, del este y del oeste, que quieren
enfrentar a iguales en beneficio propio: Bolitas
de cordero con yogur. Una receta delicada que identifica oriente y
occidente uniéndolos en el mismo plato, y nos presenta al cordero en una
elaboración menos tradicional de lo que nos tiene acostumbrados. Un plato con
un toque exótico que nos transportará al paraíso del sabor sin necesidad de
levantarnos de la mesa.
Que lo disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 500 g de carne picada de cordero (mejor de pierna).
- Unos 100 g de molla de pan mojada en agua o leche.
- 1 huevo XL.
- 2 diente de ajo.
- Harina.
- Aceite de oliva virgen extra.
- 2 cucharadas de perejil picado.
- 1 cucharadita de cilantro picado.
- 1 cucharadita de jengibre en polvo.
- Pimienta y sal.
- Piñones fritos.
- 2 yogures naturales tipo griego.
- 1 pepino pequeño o ½ grande.
ELABORACIÓN
- En un bol mezcla la carne con la molla de pan, 1 diente de ajo bien picado, el perejil, el cilantro, el jengibre, sal una pizca de pimienta y el puñado de piñones fritos hasta obtener una masa homogénea. Haz pequeñas bolas con ella, enharina y sofríelas en abundante aceite hasta que estén bien doradas.
- Introduce en el vaso batidor los dos yogures, una punta de pimienta, sal, un diente de ajo bien picado y el pepino pelado y cortado en trocitos. Tritura y reserva. Ya tienes tu salsa de yogur.
- Emplatado: sírvelas calientes acompañadas de la salsa de yogur.
Umm, una delicia sencilla, que no
podrás parar de comer hasta verle el fin.
NOTA
Puedes jugar con las especias que
más te gusten, el comino, por ejemplo, le va muy bien, aunque el cilantro y el
jengibre le dan un saborcillo muy especial. Si eres de los que no pueden vivir
sin él, mezclar el cordero con algo de carne grasa de cerdo, dará un toque más
jugoso a tus albóndigas.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Paris será toujours Paris, ZAZ
Para la degustación: I only want you, Eagles of death metal
VINO RECOMENDADO
Alcanta tinto crianza. DO
Alicante.
DÓNDE COMER
En mesita pequeña y bien dispuesta,
al más puro estilo coqueto bistró parisino, presidiendo en el centro las bolitas,
con el yogur en bonita salsera, bien regada la velada con el vino, y en la
mejor de las compañías.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Si la velada se alarga porque la
compañía lo merece, casi sobran las palabras. Pasear por la calle mientras
gritas ¡No a la guerra! también será una opción recomendable si los acontecimientos
nos arrastran hacia ello.