miércoles, 21 de septiembre de 2016

Ligerito de salmón o que se mueran los gordos

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 Hace unos días los medios de comunicación vertían una noticia inquietante: La sanidad inglesa se planteaba discriminar (y excluir, llegado el caso) a obesos y fumadores del sistema sanitario público. Según la gestora de la entidad sanitaria, la medida tiene como objetivo inducir a que el ciudadano se preocupe y cuide de su propia salud, por responsabilidad con él mismo y con los demás. Aunque, bajo esa paternal excusa, parece claro que se esconde el afán contumaz y despreciable del estado, del poder, de quien corta el bacalao, por ahorrar en gastos, aun a costa de la salud de las personas.

Cuando todo es un negocio, la estrategia para asumir lo inasumible se vuelve perversa: convencer al ciudadano de que la responsabilidad sobre su salud y bienestar es suya, por su bien y por solidaridad con el resto de la ciudadanía. Si lo convences de que en coyunturas económicas como la  actual no hay dinero para todo, puedes culpabilizarle de sus hábitos y justificar ante la sociedad iniciativas como esta. El propio ciudadano las admitirá como razonables, tachará al gordo y al fumador de culpables y los responsabilizará de su propio deterioro. Y de ese modo, el enfermo, además de serlo, pasará a ser una víctima más de este sistema perverso.

Lo lógico sería que si se trata de un problema de salud pública y del gasto sanitario derivado, se actuara contra las multinacionales tabacaleras y alimentarias, e incluso se prohibiera definitivamente el consumo de determinados alimentos y del tabaco. Sin embargo, como la lógica y el negocio no van siempre de la mano, con la hipocresía que caracteriza a los estados, es más fácil culpabilizar al consumidor que renunciar a los enormes beneficios que les procura este tipo de productos en forma de impuestos.

No es una cuestión únicamente económica; ni tan siquiera sólo de salud. Hablamos de derechos y de libertades, y de nuestra renuncia a los mismos cuando admitimos a trámite planteamientos sibilinos como estos. Tú eres el dueño de tus lorzas y de tu aspecto. Tienes soberanía sobre tu cuerpo y lo que hagas con él. Y cuidarse está bien, muy bien, pero ni es un deber ni un compromiso con el resto de la sociedad. La salud es un derecho reconocido, no una obligación. Y el estado es quien tiene que poner las condiciones y velar para que ese derecho se desarrolle en plenitud.  

Lo cierto es que la noticia pasaba sin apenas llamar la atención, casi de puntillas, flotando sobre las idas y venidas de Ritas y Barberás aforadas y floreciendo como un sándwich Mixto; de Rajoys y Riveras haciendo manitas en investiduras fallidas; de Sorias con billetes de ida y vuelta desde la desvergüenza o de Bárcenas retirando acusaciones y soñando con eludir su san Martín.

Tal vez por todo ello y porque creemos que el condado de York nos queda lejos en latitud y en actitud, no somos conscientes del alcance de semejante atropello. Pensamos inocentemente que aquí en España los gordos no acumulamos la grasa suficiente para que nos castiguen de una manera tan cruel. Sin embargo, la idea ya está lanzada y sobrevuela amenazadora sobre nuestras cabezas. Porque no lo dudemos, los tiros pueden sonar distantes, pero como en tantas otras ocasiones, terminan siempre por alcanzarnos. Podemos ocupar camarotes de popa o de proa; dormir en la bodega más profunda o en Primera, pero, por desgracia para el ciudadano, viajamos todos en el mismo barco: el del neoliberalismo, el rostro más gore y depredador del capitalismo. Ese que lo devora todo; porque todo, incluida la salud, es un negocio calculado para saciar su hambre de beneficio.

Estas cosas empiezan como empiezan, pero no se sabe nunca cómo acaban. Aquí son hoy los gordos y los fumadores, pero, quién sabe, hay ministros de finanzas japoneses que han llegado a pedir a los viejos que se den prisa en morir,… por solidaridad con quienes han de pagar sus medicinas. Así que, nosotros mismos.

La edad media tuvo sus cilicios de alambre y cuero. Hoy el mundo desarrollado tiene los propios, entre ellos la belleza y la salud. Todos han sido y son látigos con los que fustigarnos, formas más o menos sutiles de mortificar la carne, mantras con los que espolearnos. Y sin duda, formas perfectas de control social para aceptar sumisos la renuncia a nuestra propia libertad.

Hay que estar al tanto pues de que no nos la metan doblada y sin darnos cuenta. En cualquier caso, no está de más cuidarse, por gusto que no por obligación; porque nos vemos más guapos y nos sentimos mejor; porque nos lo merecemos, sin más. Y para ello, nada mejor que esta recetilla: Ligerito de salmón, el montadito que te hará volar por su sabor y por su grácil levedad. Un bocado que combina como ninguno la untuosidad del pesto, la ligereza del tomate y la berenjena y la exquisitez del salmón. Una receta ligera, llena de color y sabor, sana y equilibrada que convertirá su disfrute en un auténtico placer alejado de la tiranía de los quilos.

Que lo disfrutes.

NECESITARÁS (para 4 personas)

  • 2 chapatas pequeñas.
  • 200 g de salmón (de la cola y sin piel).
  • 1 berenjena grande.
  • 1 tomate grande.
  • 4 cucharadas de pesto.
  • 1 bolsa pequeña de quicos.
  • Sal y pimienta.
  • Aceite de oliva virgen extra.
  • 4 o 5 cucharadas de salsa de soja.
  • La ralladura de ½ lima y su zumo.


ELABORACIÓN

  1. Corta en trozos pequeños el salmón, salpimiéntalos y mézclalos con la ralladura de la lima y su zumo, la salsa de soja y un chorrete de aceite. Tapa y deja reposar en la nevera unas horas.
  2. Pica los quicos en la batidora. Debe quedar una harina gruesa.
  3. Corta la berenjena longitudinalmente, hazle unos cortes a la carne en forma de rejilla, salpimienta, échale unas gotas de aceite e introdúcela tapada al microondas durante 10’-11’ o hasta que esté hecha (compruébalo pinchándola). Una vez fría, extrae la carne y pícala con el tenedor, rectifica de sal y añádele un hilillo de aceite. Reserva.
  4. Lava el tomate y córtalo en lonchas finas. Sala y reserva.
  5. Reboza los trozos de salmón en la harina de quicos y ve sofriéndolos. Deben quedar dorados, pero cuidando de no quemar el rebozado. Pasa por papel absorbente para eliminar el exceso de grasa.
  6. Abre las chapatas y tuéstalas en la tostadora ligeramente (apenas los filos y dorar su superficie).
  7. Emplatado: Extiende sobre el pan una cucharada de salsa de pesto. Sobre la misma unas rodajas de tomate, encima la berenjena y culminando los trozos de salmón bien dispuestos.

Sencillo y delicioso. A disfrutar.

NOTA

Si lo prefieres utiliza otro tipo de pescado más suave, como la merluza; también le queda muy bien. Si no quieres moler los quicos, puedes comprar harina de maíz. El resultado es similar, pero con los quicos molidos queda más crujiente y su sabor ahumado le da un toque diferente y buenísimo al pescado.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboración: A quién le importa. Bebe.
Para la degustación: Depende. Jarabe de palo.

VINO RECOMENDADO

Flavium, tinto. DO Bierzo.

DÓNDE COMER

A mesa llena y como ‘entradilla’ de una pitanza monumental, si es que es eso lo que deseas. Y en cualquier caso, con ésta bien vestida, haciendo los honores a un bocado tan vistoso como exquisito.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

Poca cosa, si no te has tirado después dos horas más comiendo. Es un placer ligero, así que con cuatro aspavientos alabando sus virtudes (o las tuyas) será ejercicio suficiente.




martes, 6 de septiembre de 2016

Montadito de caballa en escabeche. Cómo dignificar un vino de menos de 3€ y no morir en el intento

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Muy pocas personas pueden permitirse el capricho de beber vinos caros todos los días, pero la mayoría de nosotros podemos sacarle partido a un vino económico, hacer que brille como se merece y convertir su degustación en toda una experiencia al alcance de la mano y en un placer para el bolsillo.

España es, probablemente, el país del mundo con la mejor relación calidad/precio del mercado en vinos. Así que estamos de suerte, sólo hay que saber escoger aquel que más nos gusta (de entre la amplísima gama de buenos vinos a prueba de carteras esmirriadas) y tratarlo con el respeto que se merece. Dale al descorche la ceremonia que le corresponde; vigila su temperatura; sírvelo en copa y acompáñalo con los platos que mejor mariden con él...La compañía y el buen rollo pondrán la guinda a una velada para recordar.
  1. El descorche debe ser limpio y preciso. Antes de descorchar el vino debes cortar la cápsula que recubre el cuello de la botella por debajo de su boca, con un cuchillo o con el cortacápsulas. Jamás la arranques de un tirón y la tires (así, como de arrebato); forma parte de la ropa que, junto a la etiqueta y la contraetiqueta, viste la botella y sería como desnudarla sin ningún tipo de respeto y miramiento. Una vez cortada, procede al descorche. El sacacorchos que ofrece mejores resultados es el profesional de doble cuerpo. Requiere de cierta habilidad, pero es preciso y garantiza un ritual de descorche perfecto. En cualquier caso, el mercado te ofrece multitud de posibilidades. Lo único que debes evitar es inclinar la botella en exceso y por encima de todo mover el vino como si fuera aquello un tiovivo: es el sacacorchos quien penetra el corcho, no la botella la que da vueltas en torno a él. Límpiale el cuello con un paño de posibles restos de corcho o de alguna gotilla rebelde en la boca, y listo.    
  2. El servicio. Que no te quepa duda: un vino de 100€ servido en un vaso de plástico pierde todo su encanto, mientras que uno de 3€ servido en copa lo dignificas a la altura de sus posibilidades. Muy pocos pueden experimentar el placer de beber el primero, pero casi todos podemos invertir 1€ para mejorar la experiencia de un vino a cada trago. No es sofisticación, que también, es necesidad. Porque, no lo dudes, el vino en copa está más bueno. Hay vinos que por sus características requieren ser decantados en un decantador para que se oxigenen; o simplemente porque te gusta el ritual de la decantación. Es una buena opción. Además, de este modo evitarás que los escépticos, botella en mano, prejuzguen lo que les ofreces. Y sin prejuicios todo sabe a gloria. Es posible que ‘sin tetas no haya paraíso’, pero sin etiqueta todos estarán en él.
  3. Su temperatura debe ser la idónea. Un vino caliente intensifica la sensación de alcohol convirtiéndolo en un líquido desagradable; por el contrario, excesivamente frío, enmascarará todos sus matices volviéndolo plano. Fíjate en la etiqueta, te indicará la temperatura ideal de servicio, que en los tintos oscila entre los 12ºc y los 18ºc (según sea joven o reserva) en los rosados entre 8ºc-10ºc, y para los blancos entre 7ºc y 11ºc, según sean secos o con cuerpo. La temperatura ideal dará equilibrio al vino y hará de su paso por boca una sensación agradable que invite a seguir bebiendo. Para mantenerla, nada mejor que la cubitera o una camisa de frío, y entre las dos opciones, la primera, mucho más elegante, facilita servirlo y no oculta la botella.
  4. En cuanto al maridaje, ningún vino combina mejor con un plato que aquel que más te gusta, aunque hay ciertas recomendaciones, basadas en la experiencia, que conviene no olvidar.  ¿Blanco con un pescado? ¿Tinto con la carne? Bueno, dependerá de qué tipo de pescado o de carne se trate y de la elaboración a la que haya sido sometido. Nada es tan rígido. De lo que se trata es de encontrar ese punto de equilibrio, ese lugar donde los sabores se compenetran y forman un todo. Como las relaciones de pareja que se envidian; como esos matrimonios perfectos. De ahí el maridaje. En general, podemos decir que con los blancos secos y frescos maridan muy bien con mariscos y pescados en elaboraciones sencillas (asados, cocidos…). Los blancos con cuerpo (con cierta crianza) con guisos de pescado en salsa y pescados azules (incluso tintos jóvenes). Los rosados, maridan a la perfección con pasta, carnes blancas, algunos arroces (un caldoso, por ejemplo), etc. Los tintos jóvenes con carnes rojas, pasta, arroces (paella)…Y los tintos sometidos a diferentes crianzas, desde platos de caza, a carnes rojas, pasando por guisos contundentes. En definitiva, en el equilibrio está el secreto. Ve probando y experimenta.


Te aseguro que con estas cuatro recomendaciones cualquier vino que te guste, sea del precio que sea, incluso por debajo de los 3€, dará la cara como un campeón y se convertirá en uno de los protagonistas de la velada.

El que te recomiendo (más contenido en su precio que en su expresión en copa) lo he maridado para la ocasión con tres humildes ingredientes que han sido fundamentales en la cocina de supervivencia. Humildes, que no pobres, pues desde su modestia ofrecen elaboraciones de una riqueza que son un lujo para el paladar...y para el bolsillo: patata, ajo y caballa: Montadito de caballa en escabeche; que, si el caballo siempre hace de montura, la caballa hace aquí de excelente jinete que lleva cada bocado hasta el centro del placer. Ahí es ná, pescado y tinto ¿maridarán bien? Ya me dirás.

Que lo disfrutes. 

NECESITARÁS (para 4 personas)

  • 4 caballas medianas.
  • 2 patatas medianas.
  • 9 dientes de ajo.
  • ½ copa de vino blanco.
  • 1/3 de copa de vinagre de manzana.
  • 1 ½ copas de agua.
  • 2 hojas de laurel.
  • Pimienta en grano.
  • Aceite de oliva virgen extra para sofreír.
  • Harina para rebozar y atar el caldo.
  • Sal, pimienta y pimentón dulce de la Vera.


ELABORACIÓN

  1. Pide en la pescadería que abran y limpien bien las caballas de espinas (en casa cuida que no quede ninguna). Sumerge las caballas en agua fría durante 15’ para que suelten la sangre que pudieran tener. Seca los filetes, córtalos en dos trozos cada uno, salpimiéntalos, enharina y sofríelos ligeramente, lo justo para que doren, pues luego se terminarán de hacer en el escabeche.
  2. Pela los ajos y sofríelos enteros en 3 cucharadas de aceite. Cuando estén dorados incorpora el vino y deja reducir unos segundos después, el laurel, una puntita de pimentón, el vinagre y el agua. Que cueza durante 2’ o 3’. Saca el laurel y los ajos, menos uno, añade ½ cucharadita de harina y bate con la batidora para que se mezclen bien todos los ingredientes. Vuelve a cocer el escabeche durante 4’ o 5’ con los granos de pimienta, y el laurel y los ajos que habíamos retirado. Debe quedar una salsa fina y clara, no espesa. Incorpora la caballa, que cueza 1’ escaso. Retira del fuego y reserva.
  3. Lava las patatas, córtales una rodajita muy pequeña por cada lado para que apoyen bien en el plato a la hora de servirlas. Córtalas por la mitad longitudinalmente, hazle unos cortes en cuadrícula, salpimienta, espolvorea pimentón, añádeles un chorrillo de aceite e introduce en el microondas, tapadas, durante 9’-10’ o hasta que estén hechas.
  4. Emplatado: coloca en el centro del plato media patata asada y sobre la misma los trozos de caballa y un par de ajos. Rocía con un par de cucharadas del escabeche.

Buenísimo, sano, económico y espectacular. Para repetir.   

NOTA

Puedes sofreír previamente cebolla y zanahoria e incorporarlo al escabeche si te gusta, también le queda muy bien. El puntito de harina para espesar el escabeche es opcional, se puede prescindir del mismo perfectamente, pero la textura que nos ofrece le da un toque especial.
 
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboración: Medina. Fuel Fandango & Estrella Morente
Para la degustación: Crazy. Daniela Andrade

VINO RECOMENDADO

Castillo de San Asensio tinto. DOC la Rioja.

DÓNDE COMER

Ya que nos hemos puesto en modo fino, por supuesto viste la mesa con sus mejores galas y que sea la vajilla buena y el ‘coperío’ que guardas en la vitrina quienes hagan los honores al vino y al plato. La buena compañía hará el resto.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

¿Qué calorías? Pero si este bocado pasa a trote ligero por el tejido adiposo sin dejar apenas huella. Bebe vino, que lo acompañe en su galope…y disfruta.