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Que algo está cambiando, es
evidente: Grecia jamás ha estado tan de moda; ni en el ‘PAI’ de Pericles que
gestó el Partenón, ni cuando Anthony Queen levantaba los brazos al ritmo de sirtaki,
ni cuando la crisis y la mala gestión la arrastró a los infiernos de la miseria
de la mano de unos recortes salvajes y humillantes inducidos desde Europa. No
han pasado más que unas horas desde que Syriza se ha hecho con el poder
en un país devastado por la pobreza, cansado y asfixiado, y ya ha recibido la
visita de varias delegaciones, no para felicitar por el éxito electoral y
presentar sus respetos, sino para recordarles que nada cambia. Pertrechados con
la guadaña de la anti-esperanza, estos diosecillos menores hablan por boca de la
Troika y Merkel, los grandes dioses que determinan el destino de los hombres y
le anuncian que, lejos de la insolencia que manifiestan, siguen teniendo sus
testículos cogidos entre sus manos y prometen una agonía infinita en caso de
desobediencia. ‘¡Que te pego, leche!’ parecen decir, en un aviso para
navegantes que puedan verse cegados por los cantos de sirena de una Grecia
eufórica.