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Hace unos días el Congreso dio
luz verde al nuevo Código Penal que introduce, como principal novedad, la
figura de la ‘prisión permanente revisable’, una condena a perpetuidad para
determinados delitos, que no evita que tus huesos vayan de por vida al trullo,
aunque elude nombrarla por su nombre: cadena perpetua. Algo así como acompañar
el supositorio con vaselina para introducirlo mejor, pero introducirlo al fin y
al cabo. Más allá del consenso o rechazo que ha suscitado entre las diferentes
formaciones políticas y del apoyo mayoritario que parece ser le otorga la
ciudadanía a esta medida, cabría preguntarse la necesidad que había para su
introducción y cuáles son las ventajas reales, si las hay, que una sociedad en
general y los presos en particular obtienen con su implantación.