www.cocinaparaindignados.com |
“Dice que se está
muriendo por mí, como si yo fuera un cólico miserere”
Cien años de soledad
Gabriel García Márquez
Lo siento, pero no me gusta el
día de San Valentín. En realidad no me gusta la costumbre de dedicar un día a
las cosas que olvidamos o desconocemos para echarnos en cara que existen más allá
de nosotros mismos. No me gustan los pósits en el calendario que al terminar el
día se despegan, caen como hojas muertas y ya no recordamos. Porque los
calendarios tan celebrados, como esos llenos de santos, terminan siendo
callejeros del tiempo que solo recuerdan su calle a quien habita ese día,
llámese Rue del Percebe o Melancolía. Casi prefiero ser 29 que 14 de febrero.
29 es un buen número este mes, un número
educado como ninguno, pues tiene la delicadeza de recordarnos muy de tarde en
tarde quiénes somos o qué hemos que celebrar.
Lo siento, pero me van más los
días vacíos de intenciones y llenos de contenido usado, esos cargados de rutina
e ingrávida normalidad con dispensa para comprar, con permiso del Corte Inglés.
Seguro que el amor se merece otro representante mejor, otro más cumplido y
perfectamente vestido para la ocasión, otro más zalamero y gastador, otro más
romántico y soñador, pero no lo puedo evitar, creo de corazón que para el amor
no son necesarias excusas ni fechas ni romances; el amor se mueve por casa en bata
y zapatillas o en pelota picada, sin más explicación que querer hacerlo, ‘porque
yo lo valgo’, porque le parece bien, pero sin celebración; porque no se celebra
lo que debe ser cotidiano, se celebra lo que es excepción o de tan poco usado
se ha de recordar un día al año.
Lo siento, pero no me cae bien
San Valentín ni su día por ser poco solidario y nada sutil. Como esas parejas
con quienes compartes mesa en ocasiones, y con el egoísmo empalagoso y nuevo de
su querer, no dejan de mirarse y se besan y acarician sin reparos, recordándote
con su incómodo descaro que estás solo o ya no sigues enamorado. Porque estar
solo en san Valentín es toda una proeza que tiene sus inconvenientes, por más
que en carnaval lo agradezcas. Es hacerte sentir culpable por estarlo y te
condena a la más cruel de las vilezas públicas: cenar solo sin nadie enfrente
embelesado, puro onanismo de restaurante, como en privado, y a mano
descubierta: la celebración más íntima y solitaria de todas y la más solidaria,
mucho más que san Valentín, desde luego, a poco que te quieras un tanto.
Debería el soltero empedernido y
el poco o nada enamorado tener también su día. Un día donde poder mostrar
abiertamente sus habilidades para valerse solo por la vida, donde poder
comportarse incómodamente cariñoso consigo mismo en público ante la mirada
paciente y comprensiva del resto, esos que ya tuvieron su día. San Narciso
estaría bien, pero creo que ya celebra algo. Ya te digo, al calendario le
faltan días de tanto celebrar estupideces.
No, lo siento pero no me va este
día, porque como a Gabo, ni ansío ni aspiro a ser cólico miserere. No quiero que
nadie muera por mí de amor ni morir yo por nadie ¡Por dios!, con lo bien que se
está bebiendo vino y riendo en el sofá. No quiero regalos cursis ni tarjetas de
felicitación empalagosas, cuando el regalo ya lo es su presencia, aunque su
ausencia muchas veces la agradezca más. No quiero llenar mi boca de frases tan
sensibleras, que sólo de pensarlas me llenan de vergüenza y cuando pasan por
mis labios como la lava me abrasan. Porque las frases cursis tienen en el
susurro su género y su espacio por necesidad, un género inventado por el rey de
los vergonzosos para no tener que mirar a los ojos y morir abochornado. No
quiero tampoco cenas minimalistas en pequeños restaurantes, tan coquetos, que
oigo la conversación de al lado, aunque no quiera y me divierta, y no me deje
disfrutar mi cita como es debido. El amor no se celebra con vino caro y
solomillo, con gambas de Dènia o de Palamós, aunque estén muy buenas. El amor
se respira cotidiano y sin atrezo frente al hervido o la crema sobre la mesa,
frente al televisor bajo la manta o frente al café con leche, medio dormido y
despeinado. Porque el amor ni es celebración ni afección ni requiere
engominado, es rutinario y cansino, a veces gritón, faltón, odioso,
insoportable... ¡me voy, ahí te quedas! pero es amor, sin maquillaje.
Sí, definitivamente soy más 29
que 14 y nada, nada cólico miserere, pues ni deseo muerte heroica ni romántica,
ni para mí ni para nadie. Tampoco quiero hacerle la cama a la industria del
gasto superfluo, porque no me da la gana y porque me parece obsceno con la que
está cayendo y con lo poco que cuesta montarse un plan en casa. Sí, soy más 29,
de los de la ‘celebración perdida’, porque suena literario, porque me la pierdo
y me pierdo cuando celebro; y porque más que de celebración soy de homenaje cuando
no hay nada que celebrar y mucho. Y sobre todo, intento ser sutil 14 día a día
aún sin ser consciente de ello, ahí está la gracia. Por tanto, que no te
engañen con este día.
No, no me gusta este día, pero le
dedico esta receta a todos los que tengan algo que celebrar. A los que se
homenajean de tanto en tanto y tiene en 29 de febrero su día; a los solteros
empedernidos y guapos o no tanto que ven en san Narciso su patrón y sobre todo
a aquellos que no tiene nada que celebrar por poseerlo todo…aunque a veces no se
den ni cuenta: Crema de San Valentín.
Una crema de espárragos recatada, sutil y suave, que guarda para quien sepa
descubrirlo un corazón de fuego dispuesto a todo si la ocasión lo requiere. Un
plato Cromático y ligero que te permitirá llegar liviano y preparado, casi
aéreo, a un plato principal…de carne y hueso. Esta es tu noche.
Que la disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 1 manojo de espárragos.
- 125ml de agua.
- 125ml de leche desnatada.
- 30g de queso de rulo de cabra.
- 1 cucharada de maicena.
- Sal y pimienta.
ELABORACIÓN
- Pon la leche y el agua en un cazo al fuego y deslía la cucharada de maicena y llévala a ebullición.
- Lava los espárragos y córtalos e incorpóralos a la cazuela. Deja hervir a fuego lento entre15’y 20’ según el grosor de los espárragos. Retira las yemas y algunos trocitos para acompañar la crema como guarnición.
- En un poco del caldo de cocción bate el queso, incorpóralo a la cazuela y bate todo muy bien para que quede una crea homogénea. Añade sal y pimienta al gusto.
- Emplatado: Sirve muy caliente en plato hondo o tazón acompañado de las yemas y pequeños trozos de espárrago y un chorrillo de aceite.
Umm, sencillo, económico, sano y
buenísimo.
NOTA
Servida fría y en chupito se
convierte en una tapa de lo más refrescante y estilosa.
Puedes acompañarla también de
trocitos de pan frito.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Verde Selva, Pedro Pastor
Para la degustación: Is this love, Elaine Spencer
VINO RECOMENDADO
Castillo de Liria blanco. DO
Valencia
DÓNDE COMER
Bajo una manta, tapados tú y tu
pareja, que no hay mejor calefacción que su cuerpo ni manos más calientes que
cuando comparten el mismo cuenco y lo sujetan juntas. Que sea él cuchara y vaso
y tus manos las que lo guíen y viertan en su boca.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Jugar a los médicos y ser doctor
curioso y aplicado y enfermo confiado y entregado; en esas condiciones no
tienes que preocuparte por nada, la fiebre del momento hará en resto.