sábado, 14 de febrero de 2015

Crema de San Valentín o cuando San Valentín no tiene quien le escriba...ni falta que hace

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“Dice que se está muriendo por mí, como si yo fuera un cólico miserere”
Cien años de soledad
Gabriel García Márquez

Lo siento, pero no me gusta el día de San Valentín. En realidad no me gusta la costumbre de dedicar un día a las cosas que olvidamos o desconocemos para echarnos en cara que existen más allá de nosotros mismos. No me gustan los pósits en el calendario que al terminar el día se despegan, caen como hojas muertas y ya no recordamos. Porque los calendarios tan celebrados, como esos llenos de santos, terminan siendo callejeros del tiempo que solo recuerdan su calle a quien habita ese día, llámese Rue del Percebe o Melancolía. Casi prefiero ser 29 que 14 de febrero. 29 es un buen número este  mes, un número educado como ninguno, pues tiene la delicadeza de recordarnos muy de tarde en tarde quiénes somos o qué hemos que celebrar.


Lo siento, pero me van más los días vacíos de intenciones y llenos de contenido usado, esos cargados de rutina e ingrávida normalidad con dispensa para comprar, con permiso del Corte Inglés. Seguro que el amor se merece otro representante mejor, otro más cumplido y perfectamente vestido para la ocasión, otro más zalamero y gastador, otro más romántico y soñador, pero no lo puedo evitar, creo de corazón que para el amor no son necesarias excusas ni fechas ni romances; el amor se mueve por casa en bata y zapatillas o en pelota picada, sin más explicación que querer hacerlo, ‘porque yo lo valgo’, porque le parece bien, pero sin celebración; porque no se celebra lo que debe ser cotidiano, se celebra lo que es excepción o de tan poco usado se ha de recordar un día al año.

Lo siento, pero no me cae bien San Valentín ni su día por ser poco solidario y nada sutil. Como esas parejas con quienes compartes mesa en ocasiones, y con el egoísmo empalagoso y nuevo de su querer, no dejan de mirarse y se besan y acarician sin reparos, recordándote con su incómodo descaro que estás solo o ya no sigues enamorado. Porque estar solo en san Valentín es toda una proeza que tiene sus inconvenientes, por más que en carnaval lo agradezcas. Es hacerte sentir culpable por estarlo y te condena a la más cruel de las vilezas públicas: cenar solo sin nadie enfrente embelesado, puro onanismo de restaurante, como en privado, y a mano descubierta: la celebración más íntima y solitaria de todas y la más solidaria, mucho más que san Valentín, desde luego, a poco que te quieras un tanto.
Debería el soltero empedernido y el poco o nada enamorado tener también su día. Un día donde poder mostrar abiertamente sus habilidades para valerse solo por la vida, donde poder comportarse incómodamente cariñoso consigo mismo en público ante la mirada paciente y comprensiva del resto, esos que ya tuvieron su día. San Narciso estaría bien, pero creo que ya celebra algo. Ya te digo, al calendario le faltan días de tanto celebrar estupideces.


No, lo siento pero no me va este día, porque como a Gabo, ni ansío ni aspiro a ser cólico miserere. No quiero que nadie muera por mí de amor ni morir yo por nadie ¡Por dios!, con lo bien que se está bebiendo vino y riendo en el sofá. No quiero regalos cursis ni tarjetas de felicitación empalagosas, cuando el regalo ya lo es su presencia, aunque su ausencia muchas veces la agradezca más. No quiero llenar mi boca de frases tan sensibleras, que sólo de pensarlas me llenan de vergüenza y cuando pasan por mis labios como la lava me abrasan. Porque las frases cursis tienen en el susurro su género y su espacio por necesidad, un género inventado por el rey de los vergonzosos para no tener que mirar a los ojos y morir abochornado. No quiero tampoco cenas minimalistas en pequeños restaurantes, tan coquetos, que oigo la conversación de al lado, aunque no quiera y me divierta, y no me deje disfrutar mi cita como es debido. El amor no se celebra con vino caro y solomillo, con gambas de Dènia o de Palamós, aunque estén muy buenas. El amor se respira cotidiano y sin atrezo frente al hervido o la crema sobre la mesa, frente al televisor bajo la manta o frente al café con leche, medio dormido y despeinado. Porque el amor ni es celebración ni afección ni requiere engominado, es rutinario y cansino, a veces gritón, faltón, odioso, insoportable... ¡me voy, ahí te quedas! pero es amor, sin maquillaje.

Sí, definitivamente soy más 29 que 14 y nada, nada cólico miserere, pues ni deseo muerte heroica ni romántica, ni para mí ni para nadie. Tampoco quiero hacerle la cama a la industria del gasto superfluo, porque no me da la gana y porque me parece obsceno con la que está cayendo y con lo poco que cuesta montarse un plan en casa. Sí, soy más 29, de los de la ‘celebración perdida’, porque suena literario, porque me la pierdo y me pierdo cuando celebro; y porque más que de celebración soy de homenaje cuando no hay nada que celebrar y mucho. Y sobre todo, intento ser sutil 14 día a día aún sin ser consciente de ello, ahí está la gracia. Por tanto, que no te engañen con este día.

No, no me gusta este día, pero le dedico esta receta a todos los que tengan algo que celebrar. A los que se homenajean de tanto en tanto y tiene en 29 de febrero su día; a los solteros empedernidos y guapos o no tanto que ven en san Narciso su patrón y sobre todo a aquellos que no tiene nada que celebrar por poseerlo todo…aunque a veces no se den ni cuenta: Crema de San Valentín. Una crema de espárragos recatada, sutil y suave, que guarda para quien sepa descubrirlo un corazón de fuego dispuesto a todo si la ocasión lo requiere. Un plato Cromático y ligero que te permitirá llegar liviano y preparado, casi aéreo, a un plato principal…de carne y hueso. Esta es tu noche.

Que la disfrutes.

NECESITARÁS (para 4 personas)
  • 1 manojo de espárragos.
  • 125ml de agua.
  • 125ml de leche desnatada.
  • 30g de queso de rulo de cabra.
  • 1 cucharada de maicena.
  • Sal y pimienta.

ELABORACIÓN
  1. Pon la leche y el agua en un cazo al fuego y deslía la cucharada de maicena y llévala a ebullición.
  2. Lava los espárragos y córtalos e incorpóralos a la cazuela. Deja hervir a fuego lento entre15’y 20’ según el grosor de los espárragos. Retira las yemas y algunos trocitos para acompañar la crema como guarnición.
  3. En un poco del caldo de cocción bate el queso, incorpóralo a la cazuela y bate todo muy bien para que quede una crea homogénea. Añade sal y pimienta al gusto.
  4. Emplatado: Sirve muy caliente en plato hondo o tazón acompañado de las yemas y pequeños trozos de espárrago y un chorrillo de aceite.

Umm, sencillo, económico, sano y buenísimo.

NOTA

Servida fría y en chupito se convierte en una tapa de lo más refrescante y estilosa.
Puedes acompañarla también de trocitos de pan frito.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboración: Verde Selva, Pedro Pastor
Para la degustación: Is this love, Elaine Spencer

VINO RECOMENDADO

Castillo de Liria blanco. DO Valencia

DÓNDE COMER

Bajo una manta, tapados tú y tu pareja, que no hay mejor calefacción que su cuerpo ni manos más calientes que cuando comparten el mismo cuenco y lo sujetan juntas. Que sea él cuchara y vaso y tus manos las que lo guíen y viertan en su boca.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

Jugar a los médicos y ser doctor curioso y aplicado y enfermo confiado y entregado; en esas condiciones no tienes que preocuparte por nada, la fiebre del momento hará en resto.