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Hace unas semanas, en
relación a un artículo que publiqué, un lector comentó, refiriéndose a mí con
un odio inusitado (pues ni me conoce de nada, ni el fondo del artículo
justificaba su opinión), que “cómo no va a ser ‘pepero’ (y creo que fascista o
lo daba a entender) si es valenciano”. Más allá de lo hiriente de las palabras
y el resentimiento que encerraban o la cobardía que se esconde tras el insulto
desde la aséptica y cómoda trinchera de un portátil, aquella frase, que me
llevó del estupor inicial a la indiferencia final, me dio qué pensar, pues el fondo
del comentario era que la relación ‘Valencia-PP’ estaba indisolublemente unida
al binomio ‘imagen bochornosa-corrupción’, y que, por extensión, todos los
valencianos éramos así: corruptos y vergonzantes.