Mañana es
el gran día y yo todavía con estos pelos. Tengo mi armario tan lleno de
informaciones que al final no sé qué ponerme. ‘Erase una vez…’ Así empiezan las
grandes historias, y ésta de Cataluña y España, de España y los 17 enanitos (más
dos nanoenanitos) empezó con el reparto de competencias, con el reconocimiento
de identidades y con el rechazo de un ‘Estatut’. Empezó como empiezan los
escarabajos, con una pequeña porción de porquería que van rodando y rodando
hasta formar una impecable bola de mierda que arrastran sin cesar. Los escarabajos
lo hacen para regalársela a la ‘escarabaja’ que les gusta y poder echar un
polvo con ella -ironías de la vida-. Pero con esta pelota que se ha formado nos
follan a todos. Esto es imparable. Poco más queda por decir. Si es que queda
algo. Los ánimos están tan tensos, que incluso Rajoy, así por lo bajini,
planteó a Trump que ensayara su muro mejicano en las fronteras con Cataluña. Un
muro, eso sí, no muy alto para que pueda ser saltado en vacaciones e ir al
pueblo a descansar.
La verdad
es que el ‘Erase una vez’ y cómo hemos llegado hasta aquí ya es lo de menos. La
verdad es que la fractura que está produciendo se oye desde Kurdistán. Entre el
inmovilismo inicial de unos, transformado en intransigencia autoritaria, y la
insolencia narcisista de otros; entre la aplicación de la ley como doctrina y
la desobediencia como estrategia, aquí estamos, todos, en el medio, atrapados,
y cada vez más jodidos. Gracias a la incompetencia de
unos políticos incapaces de sentarse a negociar (¿Alguien les ha explicado
el poder que tiene unas cervezas sobre
una mesa y un clima distendido?) En lugar de eso se han dedicado a generar tensión,
a manipular, a alimentar el miedo y el odio, actitudes que domestican a una
sociedad tremendamente manoseada en interés propio.
Qué exceso de arrogancia por todos lados. Qué falta
de empatía, de amabilidad. Qué forma tan obscena y ofensiva de jalear
consignas, de ondear banderas. Qué desproporción de orgullo patrio. En todos.
El gran
éxito de los independentistas catalanes ha sido convertir un acto de
desobediencia en una cuestión de derechos civiles, una circunstancia que ha
contado con la eficaz e inestimable ayuda del gobierno del PP y su exhibición
de músculo a través de la judicatura, la fiscalía y las fuerzas de seguridad
del estado (también de los medios de comunicación que comen de su mano, de contertulios
y periodistas de nómina). Claro que, llegados al punto que hemos llegado, y con
la ley en la mano ¿qué otra respuesta se esperaba? El problema real ha sido,
precisamente, haber llegado hasta aquí por la ausencia de diálogo previo. La verdad
es que hablar con el PP debe ser algo parecido a masticar por el hueco de una
muela: sin voluntad negociadora, como sin molar, es imposible digerir un bocado
o un argumento lícito como la reforma de la constitución.
Qué bien
les ha venido este conflicto a todos para tapar la basura en la que nadan. Pero
se les ha ido de las manos. A todos. Al PP aprovechando el sentimiento
anticatalanista que hay en determinados sectores de la sociedad. Y a los
independentistas catalanes que han sido muy hábiles manipulando el sentimiento
de pertenencia (por otra parte incuestionable), convirtiendo, a su vez, a
quienes además de catalanes se sienten españoles, en poco menos que apestados,
fachas de mierda a quienes hay que señalar con el dedo. No vale el argumento de
que se les señala, no por lo que sienten sino por sus reticencias al referéndum,
pues, obviamente, quien no quiere separarse no tiene el mismo interés por una
votación. Sin embargo, una cuestión inicial de desobediencia política ha
derivado en un problema de desobediencia civil, un tsunami donde todos se ven
arrastrados, quieran o no.
Y mientras
estas cosas pasan el cristal de la convivencia agrietándose, crujiendo, rompiéndose.
Hay muchos catalanes hartos de ‘los españoles’, eso es verdad; tantos, como
españoles hartos de ‘los catalanes’. Esa costumbre congénita que tenemos en
este país de confundir gobiernos y ciudadanías. Lo que está claro es que, a
este ritmo, el lema “donde vamos uno, vamos todos” cada vez tiene menos sentido;
y habrá que ir repensando la nave o dividiéndola, pero entre todos.
“Pase lo
que pase el 1-O, ya hemos ganado”, dicen algunos políticos independentistas.
Creo que, pase lo que pase ese día, todos hemos perdido ya un poco. Un poco más
de confianza en nosotros mismos, en nuestra capacidad para empatizar, para
ponernos en el lugar del otro. Incluso cierta inocencia sobre la existencia de
una convivencia sin fisuras.
Hoy es
sábado. Mañana es el día. No sé qué me ofrecerá la noche, pero sé que el día me
seguirá entregando más noches de cristales rotos: amistades envenenadas por las
consignas políticas, sueños que estallan en pedazos contra la realidad,
verdades absolutas hechas añicos y una infinitud de fragmentos de decepción y
hastío estancados sobre nuestras vidas, con esa pesadez triste y perezosa de
las tardes de domingo.
Qué
pereza dais, de verdad. Unos y otros. Qué cansancio. Qué país de ciudadanías
ciegas y sordas, de insufribles políticos, mediocres e irresponsables. Pirómanos.
Hablad de una puta vez. Pactad. Ceded. Ganad. Ambos. Todos. ¡Ya! Y dejadnos
vivir en paz. Puede que sea tarde para el 1-O, pero no para el 2-O. Si hay algo
bueno en todo esto es la oportunidad que ofrece para repensar un país plural
como el que tenemos. Aprovechadla. No la desperdiciéis. Reformad lo viejo,
desechad lo que no funciona, adaptaos a las nuevas realidades, abrid las
ventanas y que corra el aire.
Se busca viento que arrastre y que disipe
tanta porquería, tanta inquina. Razón: la convivencia.
Parlem?
Este post ha sido escrito escuchando esta canción. Creo que le viene al pelo...https://www.youtube.com/watch?v=WZpDaqW4gQc