sábado, 30 de septiembre de 2017

Se busca viento que arrastre tanta porquería... Parlem?


Mañana es el gran día y yo todavía con estos pelos. Tengo mi armario tan lleno de informaciones que al final no sé qué ponerme. ‘Erase una vez…’ Así empiezan las grandes historias, y ésta de Cataluña y España, de España y los 17 enanitos (más dos nanoenanitos) empezó con el reparto de competencias, con el reconocimiento de identidades y con el rechazo de un ‘Estatut’. Empezó como empiezan los escarabajos, con una pequeña porción de porquería que van rodando y rodando hasta formar una impecable bola de mierda que arrastran sin cesar. Los escarabajos lo hacen para regalársela a la ‘escarabaja’ que les gusta y poder echar un polvo con ella -ironías de la vida-. Pero con esta pelota que se ha formado nos follan a todos. Esto es imparable. Poco más queda por decir. Si es que queda algo. Los ánimos están tan tensos, que incluso Rajoy, así por lo bajini, planteó a Trump que ensayara su muro mejicano en las fronteras con Cataluña. Un muro, eso sí, no muy alto para que pueda ser saltado en vacaciones e ir al pueblo a descansar.
  
La verdad es que el ‘Erase una vez’ y cómo hemos llegado hasta aquí ya es lo de menos. La verdad es que la fractura que está produciendo se oye desde Kurdistán. Entre el inmovilismo inicial de unos, transformado en intransigencia autoritaria, y la insolencia narcisista de otros; entre la aplicación de la ley como doctrina y la desobediencia como estrategia, aquí estamos, todos, en el medio, atrapados, y cada vez más jodidos. Gracias a la incompetencia de unos políticos incapaces de sentarse a negociar (¿Alguien les ha explicado el  poder que tiene unas cervezas sobre una mesa y un clima distendido?) En lugar de eso se han dedicado a generar tensión, a manipular, a alimentar el miedo y el odio, actitudes que domestican a una sociedad tremendamente manoseada en interés propio.

Qué  exceso de arrogancia por todos lados. Qué falta de empatía, de amabilidad. Qué forma tan obscena y ofensiva de jalear consignas, de ondear banderas. Qué desproporción de orgullo patrio. En todos.

El gran éxito de los independentistas catalanes ha sido convertir un acto de desobediencia en una cuestión de derechos civiles, una circunstancia que ha contado con la eficaz e inestimable ayuda del gobierno del PP y su exhibición de músculo a través de la judicatura, la fiscalía y las fuerzas de seguridad del estado (también de los medios de comunicación que comen de su mano, de contertulios y periodistas de nómina). Claro que, llegados al punto que hemos llegado, y con la ley en la mano ¿qué otra respuesta se esperaba? El problema real ha sido, precisamente, haber llegado hasta aquí por la ausencia de diálogo previo. La verdad es que hablar con el PP debe ser algo parecido a masticar por el hueco de una muela: sin voluntad negociadora, como sin molar, es imposible digerir un bocado o un argumento lícito como la reforma de la constitución.

Qué bien les ha venido este conflicto a todos para tapar la basura en la que nadan. Pero se les ha ido de las manos. A todos. Al PP aprovechando el sentimiento anticatalanista que hay en determinados sectores de la sociedad. Y a los independentistas catalanes que han sido muy hábiles manipulando el sentimiento de pertenencia (por otra parte incuestionable), convirtiendo, a su vez, a quienes además de catalanes se sienten españoles, en poco menos que apestados, fachas de mierda a quienes hay que señalar con el dedo. No vale el argumento de que se les señala, no por lo que sienten sino por sus reticencias al referéndum, pues, obviamente, quien no quiere separarse no tiene el mismo interés por una votación. Sin embargo, una cuestión inicial de desobediencia política ha derivado en un problema de desobediencia civil, un tsunami donde todos se ven arrastrados, quieran o no.

Y mientras estas cosas pasan el cristal de la convivencia agrietándose, crujiendo, rompiéndose. Hay muchos catalanes hartos de ‘los españoles’, eso es verdad; tantos, como españoles hartos de ‘los catalanes’. Esa costumbre congénita que tenemos en este país de confundir gobiernos y ciudadanías. Lo que está claro es que, a este ritmo, el lema “donde vamos uno, vamos todos” cada vez tiene menos sentido; y habrá que ir repensando la nave o dividiéndola, pero entre todos.

“Pase lo que pase el 1-O, ya hemos ganado”, dicen algunos políticos independentistas. Creo que, pase lo que pase ese día, todos hemos perdido ya un poco. Un poco más de confianza en nosotros mismos, en nuestra capacidad para empatizar, para ponernos en el lugar del otro. Incluso cierta inocencia sobre la existencia de una convivencia sin fisuras.  

Hoy es sábado. Mañana es el día. No sé qué me ofrecerá la noche, pero sé que el día me seguirá entregando más noches de cristales rotos: amistades envenenadas por las consignas políticas, sueños que estallan en pedazos contra la realidad, verdades absolutas hechas añicos y una infinitud de fragmentos de decepción y hastío estancados sobre nuestras vidas, con esa pesadez triste y perezosa de las tardes de domingo.

Qué pereza dais, de verdad. Unos y otros. Qué cansancio. Qué país de ciudadanías ciegas y sordas, de insufribles políticos, mediocres e irresponsables. Pirómanos. Hablad de una puta vez. Pactad. Ceded. Ganad. Ambos. Todos. ¡Ya! Y dejadnos vivir en paz. Puede que sea tarde para el 1-O, pero no para el 2-O. Si hay algo bueno en todo esto es la oportunidad que ofrece para repensar un país plural como el que tenemos. Aprovechadla. No la desperdiciéis. Reformad lo viejo, desechad lo que no funciona, adaptaos a las nuevas realidades, abrid las ventanas y que corra el aire. 

 Se busca viento que arrastre y que disipe tanta porquería, tanta inquina. Razón: la convivencia.

Parlem?


Este post ha sido escrito escuchando esta canción. Creo que le viene al pelo...https://www.youtube.com/watch?v=WZpDaqW4gQc