Entremeses



La estrategia del escarabajo

El escarabajo va dejando sobre la ardiente arena una estela marcada por las huellas que sus patas imprimen al avanzar tras su pesada carga. Es fácilmente  reconocible, sinuosa e hipada, sin disimulo, como la impresa por un tanque en el desierto. Siempre bajo el sol, sobre arenas encendidas, como un diminuto Hércules condenado eternamente a sostener en sus hombros el peso del mundo, la empuja sin descanso por esa geografía deslizante y sinuosa haciéndola a cada paso más y más grande, y lo que empezó siendo unos cuantos granos de arena compactados acaba
 convertido en una bola perfecta que dobla su tamaño.Para mí siempre ha sido un misterio el propósito que anima al escarabajo a arrastrar esas bolas sin aparente destino. Incluso alguna vez he pensado, seguramente como él, que, dado que el mundo está muy mal repartido, tal vez le había tocado el lado de los esfuerzos continuados, ese lado que con paternalismo, desde la otra orilla, se mira condescendiente y como diciendo “qué le vamos a hacer, es lo que hay, lo que te ha tocado”, mientras el pobre continúa perseverante en su tarea.

Cuando no conocemos la razón de las cosas las explicaciones que nos damos sobre las mismas pueden estar muy alejadas de la realidad aunque justifiquemos cualquier razonamiento que nos parezca lógico con tal que satisfaga nuestra curiosidad. De eso saben mucho los políticos.

Sin embargo, la mayoría de las veces la realidad es mucho más prosaica y  reveladora. Al parecer hay multitud de especies de escarabajos en el mundo, casi tantos como siglas políticas y como éstas no todos muestran un comportamiento idéntico. Los que nos interesan por singulares son aquellos que van fabricando su pelota amalgamando toda la porquería y suciedad que encuentran a su paso hasta lograr una perfecta y enorme bola de mierda con un solo fin: regalársela a quien pretende que sea su novia, una escarabajo de buen ver y deseosa de emparentar con algún congénere fuerte, tenaz y morenazo que le ayude a perpetuar la especie. Aplicados a este fin, dará comienzo una competición entre los machos de los alrededores por ver quién se queda con la hembra. Aquel que con su esfuerzo le ofrezca como el más preciado de los presentes la bola de mierda más grande y perfecta, será el elegido, dando comienzo un protocolo de apareamiento donde la escarabajo, admirada y con su mejor cara, y el escarabajo, eufórico de orgullo, se retirarán al descampado de al lado, mucho más bonito y romántico e iniciarán un ritual de seducción que dará como resultado una nutrida prole de escarabajillos.

Es sencillamente extraordinario. O extra ordinario, según se mire. Mierda por amor. Mierda por sexo.  Te dan mierda y tú respondes entregándote a quien te la da. Él es plenamente consciente de lo que ofrece y tiene muy claras sus intenciones. Ella acepta como inevitable un destino al parecer ineludible.

No sé si en los currículos universitarios de los políticos profesionales se contempla la asignatura de Biología animal. De ser así, el tema donde se estudia este insólito comportamiento debe ser de importancia capital para fundamentar las bases de sus estrategias futuras. Es probable que no, dado que muchos de los que hacen carrera política no han cursado previamente una carrera universitaria y a pesar de su manifiesta zafiedad terminan enquistados en ese mundo sin saber hacer nada más que representar los intereses de su propio partido o formar parte de comisiones de trabajo de las que lo único que se saca en claro son las injustificadas comisiones  de las que se benefician.

En realidad, lo más seguro es que debe ir impreso en su código genético, en su ética del comportamiento.
Cuando veo en el televisor a los políticos hablando tengo la sensación de estar  viendo una serie televisiva que lleva tanto tiempo emitiéndose y los personajes te resultan tan familiares que forman parte no solo de tu paisaje cotidiano sino de tu propia familia. Cada uno representando su papel, de malo, de menos malo; de guapo, de feo y de malo de nuevo; el que te ha de caer simpático y el que no vas a poder tragar; el que dará la imagen de trabajador incansable frente al que solo satisfará sus pulsiones primarias y así toda una galería de personajes planos y sin aristas pero fácilmente reconocibles y en definitiva encarnando su papel y formando parte del elenco protagonista. Todos saben qué deben decir para aportar a la ficción que representan su parte de verdad y los ciudadanos participamos incorporando a nuestra vida un argumento que termina por formar parte de nosotros mismos, de nuestro pensamiento y de nuestra conciencia, hasta el punto de no concebir la realidad de modo diferente a como nos la presentan en cada episodio. Asumimos su lenguaje y aceptamos el guión sin cuestionarlo y nos convertimos en  parte de la ficción, en el sujeto pasivo y sufriente.

Cada cierto tiempo alguno de los personajes se retirará después de muchos años interpretando el mismo papel y será sustituido por otro más o menos conocido, fichado seguramente en alguna ficción similar, pero éste no aportará novedades al personaje, pues el guión marca claramente las líneas de actuación para que nada cambie, no vayan a confundirse los telespectadores, y al poco tiempo terminarán por olvidar al primero. Todo un juego de ficción y sumisión.

Pienso en la existencia de estos escarabajos como en una metáfora de la vida misma donde éste representa el mundo político y financiero y su novia a los ciudadanos.
Pienso en una gran bola de mierda urdida de mentiras y falsas promesas que políticos y banqueros elaboran paciente, primorosa y sibilinamente para ofrecérsela a quienes dicen amar. Saben que la aceptará porque confía plenamente en él, con sumisión ciega, y para cuando quiera darse cuenta ya será tarde. Una enorme y perfecta bola repleta de porquería pero delicadamente mostrada como un presente envenenado. La manzana más fresca y jugosa; la bola más grande y perfecta; el programa político más veraz y comprometido. En definitiva, las dos únicas especies que nacen con una bola de mierda bajo el brazo.

Yo soy la novia confiada, la novia cien veces decepcionada y tan apenas consolada cada vez que un nuevo novio entra en mi vida. Con suerte unas semanas, semanas de pasión ciega  y sin medida. Y soy la novia harta y despechada, engañada, pero jamás vencida; cansada de los malos que susurran porquería y amante de malotes sin malicia que me alegran con sus juegos cada día y me llenan de esperanza.

Ni te odio ni te amo, me eres indiferente. Déjame tranquila, ya me busco yo la vida.

Y sí, es difícil saber lo que una quiere, pero ¿lo es saber lo que no quieres?

Y me pregunto ¿de verdad quiero ser la novia del escarabajo?

Contéstame tú.


COSAS EN LAS QUE REFLEXIONAR MIENTRAS SE COCINA. (1)

Siempre escucho la radio en la cocina. Cocinar es de ese tipo de actividades que te permite hacer dos cosas a la vez: preparar la receta que tenías en mente al mismo tiempo que pensar en lo que te preocupa o estás escuchando. Se convierte así en una cualidad muy a tener en cuenta por los  hombres que como yo disfrutamos en la cocina, pues según dicen la habilidad para mantener la atención en más de una cosa al mismo tiempo escapa a nuestras posibilidades. En todo caso, quiero suponer que dependerá de qué dos cosas.

La radio es a la cocina como el ajo al alioli. Es increíble la capacidad de las patatas para freírse a ritmo de rock and roll; o la influencia de la música étnica en los platos muy especiados. El arrítmico chup-chup de los guisados combina de maravilla con el acompasado desorden del jazz y un humilde secreto que entra al horno sencillo y discreto Sabina lo torna descarado, orgulloso y coqueto sin más intervención que la de su voz de huevos rotos. Y qué decir del influjo que la voz negra de Amy Winehouse tiene en el lado oscuro de fideo negro.
A veces nos bastará con la palabra suave, rotunda o sutil de un locutor para darle al plato el toque que necesita. Tantas y tantas melodías para infinitos platos. Un océano de combinaciones todas igual de acertadas. A mi me encanta que me hablen cuando cocino, que me acompañen las voces metálicas de la radio. Poner los cinco sentidos en el plato, concentrarme, convertido el oído en un centinela atento de cuanto sucede, potenciando el sabor y los aromas del plato, amplificando las sensaciones que se desprenden de él. Un experimento: ponte unos tapones y cocina con los oídos a “ciegas” de sonido. Ciérrate al mundo por ese sentido. Concéntrate en tu sonido interior; huele y saborea cuanto haces y comprueba si te sabe igual. Por supuesto estarás solo en el mundo, tú y tu mundo interior, toda una experiencia sólo recomendable si eres capaz de soportarte a ti mismo, no vayas a acabar en una desquiciada discusión introspectiva.

A mi me encanta que  me hablen, que me acompañen las voces metálicas de la radio a pesar del veneno que cada vez con más frecuencia escupe. Un  nuevo caso de corrupción política ha vuelto a ser titular de primera página. Es lo habitual. Como lo es que unos y otros se echen la culpa de todo y nadie sea culpable de nada.Y como la responsabilidad estuvo tan repartida, ahora es imposible imputársela a nadie. Y como ningún alto cargo se hace responsable de nada al final, nadie paga, ni política, ni judicial, ni penalmente. Ni por supuesto dimite, sería admitir la culpa. No tienen en cuenta que su pasado,  su presente y por supuesto su cuenta bancaria deben ser inmaculados y a pesar de la presunción de inocencia ya está manchado.
La política puede convertirse en un sucio y peligroso juego cuando quienes lo practican no tienen escrúpulos y la dignidad del cargo no es más que un  principio totalmente devaluado.

Mientras sigo trajinando entre cazuelas y sartenes la radio comenta los nuevos ataques especulativos contra algunos países ante la pasividad gregaria y sumisa de sus dirigentes. Un naufragio económico más ante el iceberg de la especulación salvaje que hunde aún más su economía convirtiéndolos sin desearlo en fábricas de miserables, en  trágicas sastrerías de recorte fácil y simplón. Ni la más leve inflexión en la voz de la locutora, tan acostumbrada y subordinada como cualquier ciudadano a esta rutina desquiciada. No hay nada que hacer. Es lo que hay y el único camino a seguir, nos dicen y se les llena la boca con las palabras sacrificio y esfuerzo, palabras bonitas, solidarias, muy humanas, pero que en su boca suenan como el chasquido de un látigo sobre la espalda de un esclavo.
No han cambiado tanto las cosas. Es increíble lo alejada que está la lógica ciudadana de la lógica política. Cualquiera al escuchar esto, diría “que les den. No pago”. Pero parece que no puede ser. Qué red tan tupida de obligaciones se habrá tejido entre el mundo político y financiero que tiene tan atrapados a los primeros.

Y sin descanso sigue vomitando noticias desalentadoras. Un día más en Siria un dictador asesina a los ciudadanos ante la indiferencia de los políticos occidentales, esos que se erigen en defensores de los derechos humanos, por supuesto cuando los derechos van asociados a intereses económicos y mundanos. Ya parece que se mueven, que hacen algo, avergonzados por el estupor de sus ciudadanos, pero no debe ser un país rentable, no deben ser vidas rentables, porque lo hacen con pereza. Allí piden que se vaya, nada más, pero él no quiere y como un niño terco que no suelta la pelota se aferra al poder. Algo tendrá el poder cuando nadie quiere soltarlo. Y ahí continúa, atado a su trono, embridado para que no lo tiren. Y asesinando. No existen tronos eléctricos que congelen la sonrisa a los malvados en días soleados. Porque lo de los pobres son sillas, por eso no se han inventado.

¡Ag., de verdad, se me remueve las tripas de escuchar siempre lo mismo! Me encanta cuando me desconecto y se me va el santo al cielo desde el purgatorio de mi cocina. O al infierno, no sé. En una pausa publicitaria (qué descanso), aprovechando que hablan de las múltiples capas de un papel higiénico, se me ocurre que para esta noche igual hago descorazonado de alcachofas a la fuerza bruta.
De lo que es capaz la asociación de ideas. Si el sabor tuviera color ¿a qué sabrían las alcachofas? A mí siempre me han sabido a azul, como los espárragos lo han hecho a lila. Hay productos que asociamos a un color sin ningún género de duda. Una naranja sabe a su color, como las fresas, las cerezas, las frambuesas saben a rojo, como el café a negro. Pero en ocasiones adjudicar un color es un juego divertido que requiere de los cinco sentidos no sólo para asignarlo sino también para aceptarlo, dada su subjetividad. A mi desde luego las alcachofas me saben azul y a pesar que tienen muy difícil combinación con un vino, con un tinto joven de profundos ribetes violáceos he conseguido potenciar su enigmático, profundo y azulado dulzor.
Qué cosa lo de la asociación de ideas; qué cosa lo de los estímulos condicionados, que sin verlas siquiera ya estoy salivando, como los perros de Paulov.

¡Por fin! Noticias buenas. Hay vida más allá de la crisis. Al parecer otros mundos existen y además están en este.
No todo es triste y sinceramente, podían empezar por éstas que son las realmente importantes, las que alegran y entretienen, que de las otras ya vamos servidos y son más fáciles de digerir cuando la razón y el corazón son optimistas.
Yo siempre leo los periódicos de atrás hacia delante. De lo que más me interesa a lo que menos. De lo que afecta a mi vida inmediata, como la programación de televisión, la cartelera de cine o de teatro o la actualidad cultural, a los grandes titulares nacionales e internacionales, que al final serán los que determinen aspectos importantes de mi vida, los que probablemente la perjudiquen, pero sobre los que no tengo ningún control más allá del puramente informativo.

Tal vez sea un vicio adquirido, pero a mi me enseñaron que siempre se debe ir de lo simple a lo complicado; de lo más fácil a lo más difícil. No podemos resolver raíces cuadradas si antes no hemos aprendido a sumar, o comprado una calculadora o encontrado esa función en el móvil. Y en la vida creo que es igual; o a lo mejor miro el periódico de atrás adelante porque soy zurdo. También puede ser.

¿Sabes? Me ha parecido oír que en China una chica (probablemente china) ha quedado sorda después de un sonoro y apasionado beso de su novio; al parecer le provocó una perforación de tímpano. ¿Será posible? ¿Habré escuchado bien? En cualquier caso, más que darle un beso, le perpetró un beso.
Es increíble, pero lo de este ardiente y vehemente amante tiene su lado heroico. Nunca un beso había hecho tanto ruido, ni causado tantos desperfectos. Lo normal es que la gente se bese, se abrace, se ame, se mime, se cuide, se escuche (bueno, esto no lo tengo tan claro). La gente no suele matarse, pero un tiro hace más ruido que un millón de besos, que mil millones de abrazos, que un billón de sonrisas. Por eso es noticia. Por eso ese chino hoy es mi héroe: por su amor desbocado, rompedor y desmedido en tiempos de crisis. Porque un beso apasionado bien vale un tímpano perforado. Con permiso de su novia, claro

COSAS EN LAS QUE REFLEXIONAR MIENTRAS SE COCINA. (Vol. 2)

A mi me encantan las noticias banales y superficiales, triviales, tanto como las conversaciones cercanas, certeras e ingeniosas, intrascendentes. Desde luego mucho más que las que puedan llevar dos señores vestidos de traje, sentados uno a cada extremo de un confortable sofá y escoltados por una cohorte de intérpretes y asesores, no sabemos para qué si ni se entienden ni quieren.

 Yo me los imagino compartiendo una bandeja de palomitas sobre las piernas de uno de ellos frente al televisor y cada vez que le apetece al otro teniendo que levantarse. Con lo adictivas que son. Seguro que en los preparativos de esa cumbre de sofá se establece quién debe tener las palomitas sobre las piernas y como en todo en esta vida aquí también habrá clases.

 Cómo va a ser Obama quién se levante, a pesar de su esbelta figura. Eso estaría feo, un desaire a la nación más poderosa. Cómo va a ser Merckel la que vaya a comer de las piernas del primer ministro griego, portugués o español. Me imagino a cada uno de ellos avanzando con pasos cortos y rápidos hasta la bandeja, ligeramente encorvado y con cara de bueno, diciendo “por favor, ¿puedo?”  Y metiendo la mano. Y de tanto en tanto, como un ama sado-maso, dándole un pequeño azote y emitiendo un pequeño ladrido, decirle “no te pases, querido”.

 Sí, seguro que todo está establecido, hasta la ropa que deben llevar el día de la representación. Al que le toca la bandeja sobre las piernas un día más, un traje de diseño de buen corte; y al esforzado trotarín de sofá, un excelente traje-chándal, por supuesto también de marca, dotado con la última tecnología en absorción de sudor, no vayan a tener trascendencia física los sumisos paseíllos, y un buen par de zapatillas de deporte negras que alivien sus pies de tanto trasiego. 

Ya en sus respectivos países cambiarán el chándal por el traje de diseño y  se sentarán en el extremo de otro gran sofá con una bandeja de palomitas más pequeña frente a sus homólogos territoriales, perfectamente vestidos con el traje-chándal de solicitar. Adoptará una actitud  a veces arrogante, a veces benévola y dejará que sean ellos quienes vayan ahora a comer de sus rodillas después de esforzados paseíllos y que alguno más afín y más solícito se permita la audacia de coger un puñadito más grande.

Cuando estos lleguen a sus respectivos territorios ya llevarán puesto el traje de diseño y un asistente custodiará con esmero el puñadito de palomitas sobre una pequeña bandeja de plata. En una coqueta ciudad de provincias se sentará en el extremo de un enorme sofá y adoptará la actitud magnánima de quien parte y reparte y se queda la mejor parte, y sus homólogos locales, impecablemente equipados con el traje-chándal de suplicar, iniciarán el dócil trajín de idas y venidas de un extremo a otro del sofá.
Ya conoce el protocolo, ha pasado por ahí, así que, impertérrito en su papel, mirará la tele mientras come palomitas y de tanto en tanto propinará un manotazo en la mano a aquél que considere merecedor de ello. Todos deben saber quién manda aquí.

Y al final, en los grandes sofás de los despachos se recibe a los representantes de los trabajadores y de las diferentes asociaciones que representan la sociedad civil, perfectamente equipados con su traje-chándal de Carrefour. El del traje de diseño, de la sección de hombre o mujer de Zara, enseña una pequeña palomita y la coloca sobre la bragueta del pantalón. Mastica algo mientras habla “Es lo que hay. La cosa está muy mal. Habrá que adaptarse a la situación”. Y aquellos pobres,  que también conocen el protocolo, se acercarán trotando con la sonrisa triste de quien mendiga, la cabeza ligeramente caída hacia un lado, los dedos índice y pulgar pegados junto a la cara, y dirán: “¿solo chupar?”.Algunos, llegarán a percibir la  sal; otros, ni eso y aún oirán: “pero sin dientes”; y todos pasarán la lengua delicadamente a la palomita sobre la bragueta del tío del traje de Zara. Y ninguno quedará satisfecho.

Al menos siempre nos quedará el consuelo de pensar que hasta la Merckel terminará comiendo de la bragueta de sus amigos los banqueros.

COSAS EN LAS QUE REFLEXONAR MIENTRAS SE COCINA. (Vol. 3)

Mientras preparo la comida escucho en la radio que se celebra el Día Mundial de las enfermedades raras (sí, ya sé que es en febrero, pero qué le voy a hacer, lo escribí entonces) Parece ser que hay 7000 enfermedades catalogadas de este tipo; unos 5 afectados por cada 10000 habitantes. Y en un día como este no puedo dejar de pensar en la política como una enfermedad rara; una enfermedad rara y atípica.
Atípica porque pese a ser rara nos afecta a todos, 10000 afectados por cada 10000 habitantes. Rara porque en esta ocasión conocemos el agente patógeno responsable, el político, que cuando se descontrola desestabiliza el natural funcionamiento del cuerpo provocando innumerables alergias y patologías autoinmunes.

En un cuerpo sobreprotegido la falta de contacto con la suciedad hace que nuestro sistema inmunológico reaccione desproporcionadamente contra sustancias en principio inofensivas. Ahí está lo atípico de la política como enfermedad rara. El político es la bacteria necesaria para equilibrar y regular la mecánica correcta del cuerpo.
Su natural funcionamiento es imposible sin su presencia. En una comunidad donde los mecanismos que fiscalicen la labor política son prácticamente inexistentes, la falta de contacto con la sociedad los aleja de la realidad y hace que algunas bacterias se conviertan en virulentas cepas de políticos resistentes e inmunes a los problemas reales que la aquejan. Tomando el cuerpo como un bien privado, todas sus decisiones, todas sus leyes tendrán como único fin su propio beneficio o el de quienes protege, sin importar los costes sociales que ocasione, corrompiendo todo a su paso en una metástasis prepotente, extravagante y de mal gusto.
Es entonces cuando el cuerpo sacudido por esta patología debe reaccionar y dar una respuesta eficaz y contundente que le haga recuperar su natural funcionamiento…con ayuda de las bacterias buenas, claro.

  LO SIENTO MUCHO. ME HE EQUIVOCADOOO…Y NO VOLVERÁ A OCURRIR

La verdad es que estas cosas son de risa si no fuera porque son patéticas. Parece que estemos en un colegio que no es ni público, ni de pago, sino de pega. Debería hacerse un estudio de las escuelas donde se ha formado esta sorprendente y numerosa muchedumbre de descarados y que una especie de informe que midiera la calidad e idoneidad de la enseñanza analizara las asignaturas en las que con toda seguridad han sido los primeros de la clase. No sé qué colegios, institutos o facultades los han amamantado, pero lo que está claro es el currículo con el que han crecido: Prepotencia Aplicada, Orgullo sin Prejuicios, Arte Para No Decir Nada Con 1000 Palabras, Perdón Vacuo I y II, Oratoria Vacía de Contenido I y II, Derecho Laboral Aplicado a Mi Interés, Maquillaje Aplicado a las Cuentas I, II y III o Vademecum de Cómo Eludir Toda Responsabilidad I, II, III y IV.

Con toda seguridad el informe daría un 10 en objetivos cumplidos, aunque mucho me temo que este tipo de contenidos es transversal a todas las asignaturas y a la ética de aquellos que una vez cursadas nos han gobernado.

Resulta triste ver cómo el acto de pedir perdón o de mostrar arrepentimiento queda total  y absolutamente vacío de contenido moral en boca de estos personajes y lleno de un no sé qué un tanto repulsivo. Llámalo tú como quieras. Eso el que pide perdón o da muestras de un mínimo arrepentimiento, acciones que en cierta medida honrarían de no ir indisolublemente asociados a la circunstancia de que han sido descubiertos en algún acto vergonzoso o delictivo y se han visto obligados a ello.

Lo normal es no pedir perdón por nada. No pedir disculpas. No dar muestras de arrepentimiento, porque no han hecho nada de lo que arrepentirse. Y si en las idas y venidas de la justicia algo les incrimina, eludir toda responsabilidad y echar las culpas a otros. Yo no he sido.

Conmueve ver la cara de alguno cuando es descubierto delinquiendo. Es como el niño  que pillado por su padre haciendo pellas  muestra la expresión incierta del que se ve atrapado. Otros, inmutables, ni eso; se revelan arrogantes y fieros con sus trajes impolutos y corbatas. Qué más da, yo ni he sido, ni sé nada. Es más, como sigas por este camino tiro de la manta y caemos todos. Y siempre hay algo que ocultar, por ti o por el partido. Así que todo es justificable y ninguno, ni en el fondo ni en las formas, se siente arrepentido. Ni rastro de remordimiento. Ni tienen por qué tenerlo, porque no sienten miedo, en todo caso se sienten incomodados por la repercusión mediática que les ha hecho protagonizar la primera página de la sección que menos gusta. Pero saben que se legista para proteger a quien posee no para el desposeído y cuanto más se posee, mayor es la protección ante la ley. Y así, despojados de toda ética, la utilizan en su propio beneficio porque son los únicos capaces de echarle un pulso infinito en tiempo y recursos. Y de este modo, prevenidos por estancias de poder, asistidos por famosos abogados que cobran cada hora lo que tú en cuatro meses y blindados por oscuras maniobras financieras urdidas en despachos de renombre que hacen imposible seguir el rastro de cuanto roban, el tiempo juega a su favor.

No es casualidad que los mismos letrados que los representan, los mismos economistas que los blindan, son los que protegen a narcotraficantes, a traficantes de personas y de armas, a dictadores y asesinos de renombre. Todo un séquito de personajes que engordan a la sombra del poder hasta formar parte de él y cuya ética  personal, a prueba de ideologías y valores, solo se rige por la ambición y el dinero.
Cualquier persona que se vea asistida por ellos descansará, no lo dudo, pero debería plantearse un serio dilema ético y moral cuando se ve obligado a precisar de sus servicios. Ahí está el verdadero problema, que ellos no lo tienen. Y te han estado gobernando.
Habría que determinar si el monstruo lo creó la política o si accedió a ella ya convertido en él. Lo cierto es que la política, cuando está vacía de ideología, solo entiende de poder y el poder genera monstruos sin escrúpulos.

Lo malo es que solo son noticia cuando el caso sale a la luz, cuando el ojo del huracán engulle rostros, conversaciones e imágenes de juicios de película. Pero el tiempo irá diluyendo todo y al final en la menoría tan solo quedará el vago recuerdo de un escándalo, tal vez un nombre sin ubicación o alguna frase famosa y esa sensación de desasosiego y asco de saber que a pesar de todo nunca llegó a pasarle nada a aquél sinvergüenza que tanto robó y del que tanto se habló, más allá de la incomodidad de unos meses, tal vez años, de idas y venidas al juzgado y  repetir como un mantra tibetano “Yo, del dinero, no sé nada”.

Y, al final,  nunca más se supo.

Y ellos lo saben.