viernes, 28 de agosto de 2015

Cuscús 'Al Libre Albedrío', una apología de la imperfección

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Es agotador. Vivimos unos tiempos en que la perfección está tan sobrevalorada que sucumbimos sepultados por su peso. Ser perfectos se ha convertido en una deber que la sociedad nos ha impuesto, una dura tarea cuya presión es de tal magnitud que nos atrapa en un imposible y suicida intento de llegar a todo y además hacerlo bien. Se espera de nosotros que tengamos un cuerpo perfecto y una salud perfecta (convirtiendo la salud en una obligación y no un derecho que nos haga más rentables a las arcas del estado); que seamos la pareja, el amante y el padre perfectos, al mismo tiempo que trabajadores perfectos (aunque su conciliación con la vida familiar sea una fantasía). Que seamos socialmente perfectos en una sociedad de ciudadanos perfectos, perfectamente sometidos.

Y esa búsqueda de la perfección en todo lo que somos y hacemos puede llegar a ser tan estresante, si no cejamos en el empeño de tanto en tanto, que podemos acabar enfermando al convertirse ese propósito en una fuente de conflicto interno insoportable. Menos mal que tenemos las tentaciones como válvula de escape y paramos con frecuencia a echar unas cañitas en ellas (por algo somos imperfectos). Es más, por favor, ¡Avisadme si no caigo en la tentación de pecar! Porque a la postre, si la imperfección y el conflicto inherente nos define, la tentación nos humaniza tanto como aquella.

Es la obsesión por la perfección la que nos daña. Sin embargo, reconocer nuestra imperfección y asumirla es el recurso indispensable que nos ayuda a evolucionar. Decía Rita Levi-Montalcini en su exquisito “Elogio de la imperfección”, que la ventaja de creer en ella en todo lo que emprendemos representa el estímulo para mejorar y superarse. Y aceptar esta premisa necesariamente nos acerca a los demás y nos hace más humildes, en un viaje donde la esperanza en la mejora de nosotros mismos lo llena todo.

También decía que “En lugar de añadir años a la vida, es mejor añadir vida a los años”. Lo dijo a sus 103 años, convencida de ello y de las imperfecciones que le impulsaron a llegar a esa meta y a lo que fue. Así que apliquémonos el cuento y empecemos a tomar las nuestras como oportunidades de mejora y esencia de nuestra personalidad; sin más agobio impuesto que el crecimiento personal, asumiendo su relevancia como motor para perfeccionarnos y sin miedo de ‘pecar’ cuando el camino se nos hace demasiado cuesta arriba. Porque la imperfección, la equivocación, no llegar a todo y aceptarlo, al fin y al cabo, no solo forman parte de la existencia, sino que llenan en gran medida el vaso que la contiene, convirtiendo la vida, paradójicamente, en una experiencia perfecta.

El plato de hoy, como todo en esta vida, se puede perfeccionar, en tu mano está el hacerlo, pero te aseguro que te saca del paso con solvencia y a mí me dejó en buen lugar. Es una versión libre de lo que entendemos por un cuscús, que se ajusta perfectamente imperfecto a la idea ortodoxa que tenemos de mismo: Cuscús al ‘Libre albedrío’; es decir, cuscús elaborado con lo que pillas por la nevera y lo que tengas por los armarios. Y he de reconocer que el resultado sorprende gratamente por lo buenísimo que está. Si “con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín (…)”, con un puñado de granos de cuscús, dos berenjenas y dos codornices deshuesadas, esta receta despega como el Apolo XI en vuelo directo a los órganos sápidos del placer. Un plato original, ligero y sabroso, que sorprenderá a todos, incluso a aquellos que tienen en la ortodoxia y la perfección su única bandera.

Que lo disfrutes.
   
NECESITARÁS (para 4 personas)

  • 300 g de cuscús.
  • 1 lata de codornices en escabeche.
  • 2 berenjenas grandes.
  • El mismo volumen de caldo de pollo que de cuscús.
  • Harina de tempura.
  • Sal y pimienta.
  • Aceite de oliva virgen extra.


ELABORACIÓN

  1. Vierte el cuscús en un bol, calienta el caldo y échaselo. Remuévelo con frecuencia para que vaya soltándose poco a poco. Añade sal y pimienta al gusto y un chorrete de aceite de oliva virgen extra para que quede perfectamente suelto y suave.
  2. Pela las berenjenas y córtalas en discos de medio cm de grosor aproximadamente. Salpimienta y pásalas por la harina. En una sartén con abundante aceite muy caliente ve friéndolas por tandas. Pásalas por papel absorbente para eliminar el exceso de aceite.
  3. Deshuesa las codornices.
  4. Emulsiona el caldo del escabeche con el trocito de puerro o la hortaliza que presente la lata en la batidora.
  5. Emplatado: en un tajine o fuente apropiada dispón en el fondo el cuscús, sobre el mismo la berenjena formando círculos concéntricos y en el medio la codorniz deshuesada. Añádele parte de la salsa al hilillo por encima.

Umm, facilísimo y espectacularmente delicioso. A disfrutar.    

NOTA

Puedes hidratar el cuscús sólo con agua o hacer el caldo tú, yo he utilizado uno de tetrabrik y ha salido perfecto. Por supuesto, la perdiz, el pollo o el conejo en escabeche deshuesados le irán del mismo modo perfectos. Un par de huevos fritos por encima y después rotos le dará un toque insuperable.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboraciónDon't stop til you get enough, Anthony Strong
Para la degustación: Creep, Vintage Postmodern

VINO RECOMENDADO

Marqués de Chivé tinto crianza 11. DO Utiel-Requena

DÓNDE COMER

En mesa grande, rodeado de amigos o familiares que propicien la buena cháchara. Sírvelo al centro, rompe y mezcla todos los ingredientes, sirve y que alucinen.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
A penas nada, salvo unos cuantos aspavientos para elogiar la pitanza y tal vez bajar al sótano con algo más de energía de lo habitual a por algo más de vino.




jueves, 20 de agosto de 2015

Gazpacho 'Antihisteria' o la maldición del 'todo incluido' y la pulsera fosforescente

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La escena es la siguiente: Dos amigos se acercan a la barra. No paran de hablar y contarse confidencias, y de tanto en tanto sueltan carcajadas que acompañan de un amplio repertorio de gestos y movimientos. En cuanto el camarero se percata de ellos piden dos gintónic. Una vez servidos, ambos levantan la mano y enseñan la pulsera verde fosforescente que llevan cogida a la muñeca. “Esto es vida, Manolo. Para vivir así mejor no morirse”, dice uno riendo abiertamente; y se alejan desplazando las barrigas hasta su hamaca junto a la idílica piscina.
Son las 11 de la mañana de un día cualquiera de agosto que va a transcurrir como lo han hecho todos los de la semana anterior: al ritmo pausado pero constante de una barra libre inagotable y sin otro horizonte que la naturaleza artificial que el resort les ofrece. Tampoco buscaban más, y la experiencia vacacional se convierte en una suerte de ‘Los juegos del hambre’, si bien de la abundancia y en agosto, en este caso en el espacio acotado de un hotel, pero también de una plaza de pueblo, donde el ganador es aquel capaz de sacar el mejor partido a una pulsera fosforescente.  

Dicen que la pobreza imprime carácter y tarda tres generaciones en superarse, aunque se haya salido de ella hace muchos años. Que determinados comportamientos que caracterizan a aquellos que unas generaciones atrás no poseían nada o muy poco, de una u otra manera, permanecen grabados en la memoria genética de los descendientes hasta que se diluyen. Tal vez por eso, en un país que hasta hace no tanto tenía que quitarse el hambre a manotazos y emigrar para comer mejor, debería regularse el uso indiscriminado de las pulseras y el todo incluido por pura salud física y estética de sus ciudadanos. De hecho, es extraño que a ningún político se le haya ocurrido, con esa avidez reguladora que les caracteriza y su afán de convertir la salud, más allá de un derecho en una obligación que alivie las maltrechas arcas públicas. No hay más que asomarse en agosto a las plazas de los pueblos y sus bares, a los resort de las costas caribeñas o a cualquier buffet libre asaltado por jubilados o nietos de famélicos agricultores y obreros de postguerra, para certificar su necesidad. Del ‘me doy el atracón ahora que tengo por si no puedo comer mañana’ al ‘me lo bebo y me lo zampo todo que lo tengo tó pagao’ no hay más que una línea muy fina que separa otros tiempos, pero actitudes similares. O lo que es lo mismo, el lema del pobre: ‘Antes reventar que sobre’. 

Y es que la pulsera y el ‘todo incluido’ hechizan y enajenan por igual. “Mi tesoro” decía Gollum; “Mi pulsera”, dice quién la lleva puesta a la muñeca. Con una gran diferencia entre ambos: mientras aquel la protege contra su cuerpo, éste la exhibe a todas horas hasta quemar todas las naves. Porque si el todo incluido da derecho al asalto del bar y el comedor en el resort, o a 5 comidas, 20 consumiciones, 3 toros embolados en preferente y 4 discomóviles con barra libre en un pueblecito pintoresco, lo que está demostrado es que hasta que no se dé por saciado jamás se retirará. Y darse por saciado es muy difícil cuando todo está incluido, incluso la posibilidad de quedarte en el sitio de un atracón en una suerte de suicidio consciente e inducido.

Porque la pulsera da derechos, pero sobre todo obligaciones. Y esa es la trampa. Da derecho a todo lo que se haya abonado con su adquisición, sí, pero te obliga inconscientemente a no saltarte ningún acto ni dejar nada en el plato o en el vaso, estableciéndose así una relación perversa entre ella y quien la posee, que lejos de darle libertad le convierte en su esclavo y en el protagonista de un espectáculo donde el consumo compulsivo es el tema central.
De tal modo es así, que unas vacaciones en un resort idílico de cualquier lugar paradisíaco del planeta o en la coqueta plaza de un bonito pueblo de nuestra geografía, convierte ese espacio en un agujero negro que sume la voluntad de quienes lo habitan destrozándoles un cuerpo cuidado con esmero a lo largo del año. Es el ‘efecto burbuja’, que aísla y no deja entrar los ecos de la realidad, pues la transforma hasta crear otra paralela que asumes en cuando la habitas, pero que no es más que una ilusión que se rompe en cuanto te enfrentas a la vida real.
 
Cuando regresas a la nave nodriza de la vida cotidiana después de una incursión vacacional de estas proporciones, además de más rollizo vuelves como abducido y sin una conciencia clara de la magnitud del desastre (de hecho, no es el mejor momento de someterse a un análisis de sangre). A fin de cuentas, desabrocharse los pantalones con frecuencia porque te ahogabas cuando estabas sentado, no era más que un síntoma pasajero que estabas convencido ibas a controlar con una hora de aquagym o caminando por la montaña un rato, además de con dos tragos de agua por las mañanas, por supuesto. Es en ese momento, frente al espejo de tu casa (porque los espejos en vacaciones se confabulan para engañarte) donde la realidad te pone en tu sitio y todas aquellas copas, aquellas tapas desmesuradas, las comidas sin freno y las risas en el catafalco o junto a la piscina con el gintónic en la mano, pasan por tu cabeza como las secuencias ininterrumpidas de toda una vida antes de morir…y casi lo deseas. Y es entonces, espantado ante la visión de lo que fue y lo que es, cuando piensas en la imperiosa necesidad de someter tu cuerpo a terapias de choque de lo más inverosímiles y de ulular mirando al cielo por no mirarte, mientras gritas “¿Pero, quién es éste? ¡Ése no soy yo!”. Por fin has llegado a casa. Se acabaron las vacaciones. Bienvenido a la realidad.

Precisamente por ello, para que el paso del Rubicón no sea una travesía dolorosa y el regreso a tu futuro transcurra sin sobresaltos, hoy te propongo esta receta: Gazpacho ‘Antihisteria’, el gazpacho reponedor que sacará de nuevo el brillo en tus mejillas ajadas después de tanto abuso y te ayudará a rebajar los excesos de los días anteriores sin echar mano de alternativas extremas. Una receta fresca, nutritiva y deliciosa que combina las virtudes del gazpacho tradicional con las de la manzana y el melón. Un primer plato lleno de colorido y vitaminas, con te saciará y deleitará a partes iguales, con el aliciente de poder elaborarlo en un auténtico ‘plisplás’.

Que lo disfrutes.  

NECESITARÁS (para 4 personas)

  • 1 l de gazpacho envasado.
  • 1 manzana grande (ácida, mejor).
  • 1 huevo duro.
  • 2 cortadas de melón.
  • Semillas de sésamo negro.


ELABORACIÓN

  1. Pela y corta la manzana en trocitos. Introduce en el vaso batidor junto al gazpacho y bátelo hasta conseguir una crema fina y homogénea.
  2. Corta el melón en trocitos pequeños. Procede igual con el huevo duro.
  3. Emplatado: en un bol vierte el gazpacho y añade por encima los trocitos de melón y huevo. Decora con las semillas de sésamo.

Umm, económico, riquísimo e impresionantemente sencillo de realizar.

NOTA

Por supuesto puedes realizar el gazpacho tú, estará más bueno probablemente y a tu gusto, pero como te lo presento está muy bueno y nadie echara de menos el casero. Puedes añadir en lugar de melón o junto al mismo, trocitos de manzana, pepino, tomate, etc., quedarán también perfectos en esta crema.  

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la elaboración: Pastime Paradise, Ray Barretto.
Para la degustación: Summertime, the Zombies.

VINO RECOMENDADO

Laderas blanco 14, DO Valencia

DÓNDE COMER

En el lugar más alejado del mundanal ruido, y al abrigo de charangas, fiestas, discomóviles o ritmos caribeños, sólo o en compañía de cómplices que como tú han invertido en ese ambiente todo su tiempo los días pretéritos.


QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

¿Después de las semanitas que te has pegado con la pulsera fosforescente a la muñeca me lo preguntas? ¿Qué más da que sea un gazpacho? Anda, no remolonees, ponte las zapatillas y sal a correr un poquito, que de verdad…