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Es agotador. Vivimos unos tiempos
en que la perfección está tan sobrevalorada que sucumbimos sepultados por su
peso. Ser perfectos se ha convertido en una deber que la sociedad nos ha
impuesto, una dura tarea cuya presión es de tal magnitud que nos atrapa en un
imposible y suicida intento de llegar a todo y además hacerlo bien. Se espera
de nosotros que tengamos un cuerpo perfecto y una salud perfecta (convirtiendo
la salud en una obligación y no un derecho que nos haga más rentables a las
arcas del estado); que seamos la pareja, el amante y el padre perfectos, al
mismo tiempo que trabajadores perfectos (aunque su conciliación con la vida
familiar sea una fantasía). Que seamos socialmente perfectos en una sociedad de
ciudadanos perfectos, perfectamente sometidos.
Y esa búsqueda de la perfección en
todo lo que somos y hacemos puede llegar a ser tan estresante, si no cejamos en
el empeño de tanto en tanto, que podemos acabar enfermando al convertirse ese
propósito en una fuente de conflicto interno insoportable. Menos mal que
tenemos las tentaciones como válvula de escape y paramos con frecuencia a echar
unas cañitas en ellas (por algo somos imperfectos). Es más, por favor,
¡Avisadme si no caigo en la tentación de pecar! Porque a la postre, si la
imperfección y el conflicto inherente nos define, la tentación nos humaniza
tanto como aquella.
Es la obsesión por la perfección
la que nos daña. Sin embargo, reconocer nuestra imperfección y asumirla es el
recurso indispensable que nos ayuda a evolucionar. Decía Rita Levi-Montalcini
en su exquisito “Elogio de la imperfección”, que la ventaja de creer en ella en
todo lo que emprendemos representa el estímulo para mejorar y superarse. Y
aceptar esta premisa necesariamente nos acerca a los demás y nos hace más
humildes, en un viaje donde la esperanza en la mejora de nosotros mismos lo
llena todo.
También decía que “En lugar de
añadir años a la vida, es mejor añadir vida a los años”. Lo dijo a sus 103 años,
convencida de ello y de las imperfecciones que le impulsaron a llegar a esa
meta y a lo que fue. Así que apliquémonos el cuento y empecemos a tomar las nuestras
como oportunidades de mejora y esencia de nuestra personalidad; sin más agobio
impuesto que el crecimiento personal, asumiendo su relevancia como motor para
perfeccionarnos y sin miedo de ‘pecar’ cuando el camino se nos hace demasiado
cuesta arriba. Porque la imperfección, la equivocación, no llegar a todo y
aceptarlo, al fin y al cabo, no solo forman parte de la existencia, sino que
llenan en gran medida el vaso que la contiene, convirtiendo la vida,
paradójicamente, en una experiencia perfecta.
El plato de hoy, como todo en
esta vida, se puede perfeccionar, en tu mano está el hacerlo, pero te aseguro
que te saca del paso con solvencia y a mí me dejó en buen lugar. Es una versión
libre de lo que entendemos por un cuscús, que se ajusta perfectamente
imperfecto a la idea ortodoxa que tenemos de mismo: Cuscús al ‘Libre albedrío’; es decir, cuscús elaborado con lo que
pillas por la nevera y lo que tengas por los armarios. Y he de reconocer que el
resultado sorprende gratamente por lo buenísimo que está. Si “con diez cañones
por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero
bergantín (…)”, con un puñado de granos de cuscús, dos berenjenas y dos
codornices deshuesadas, esta receta despega como el Apolo XI en vuelo directo a
los órganos sápidos del placer. Un plato original, ligero y sabroso, que sorprenderá
a todos, incluso a aquellos que tienen en la ortodoxia y la perfección su única
bandera.
Que lo disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 300 g de cuscús.
- 1 lata de codornices en escabeche.
- 2 berenjenas grandes.
- El mismo volumen de caldo de pollo que de cuscús.
- Harina de tempura.
- Sal y pimienta.
- Aceite de oliva virgen extra.
ELABORACIÓN
- Vierte el cuscús en un bol, calienta el caldo y échaselo. Remuévelo con frecuencia para que vaya soltándose poco a poco. Añade sal y pimienta al gusto y un chorrete de aceite de oliva virgen extra para que quede perfectamente suelto y suave.
- Pela las berenjenas y córtalas en discos de medio cm de grosor aproximadamente. Salpimienta y pásalas por la harina. En una sartén con abundante aceite muy caliente ve friéndolas por tandas. Pásalas por papel absorbente para eliminar el exceso de aceite.
- Deshuesa las codornices.
- Emulsiona el caldo del escabeche con el trocito de puerro o la hortaliza que presente la lata en la batidora.
- Emplatado: en un tajine o fuente apropiada dispón en el fondo el cuscús, sobre el mismo la berenjena formando círculos concéntricos y en el medio la codorniz deshuesada. Añádele parte de la salsa al hilillo por encima.
Umm, facilísimo y
espectacularmente delicioso. A disfrutar.
NOTA
Puedes hidratar el cuscús sólo
con agua o hacer el caldo tú, yo he utilizado uno de tetrabrik y ha salido
perfecto. Por supuesto, la perdiz, el pollo o el conejo en escabeche
deshuesados le irán del mismo modo perfectos. Un par de huevos fritos por encima
y después rotos le dará un toque insuperable.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Don't stop til you get enough, Anthony Strong
Para la degustación: Creep, Vintage Postmodern
VINO RECOMENDADO
Marqués de Chivé tinto crianza
11. DO Utiel-Requena
DÓNDE COMER
En mesa grande, rodeado de amigos
o familiares que propicien la buena cháchara. Sírvelo al centro, rompe y mezcla
todos los ingredientes, sirve y que alucinen.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
A penas nada, salvo unos cuantos
aspavientos para elogiar la pitanza y tal vez bajar al sótano con algo más de
energía de lo habitual a por algo más de vino.