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“Él empujaba el
carrito y entre los dos cargaban las mochilas. En las mochilas había cosas
básicas. Por si tenían que abandonar el carrito y echar a correr.”
Cormac McCarthy,
“La carretera”
Sentado en la terraza de
un bar veo acercarse a un niño y a un adulto que parece su padre. El niño
rondará los 8 años. Van cogidos de la mano y el hombre arrastra con dificultades
un carrito de la compra lleno de cachivaches de metal, cartones y toda clase de
objetos recuperados de la miseria. El aura mate y grisácea que destila la
indigencia envuelve sus ropas, aunque en la cara se les nota ese brillo con que
sólo el amor es capaz de teñir el rostro (“… ¿Qué harías si yo muriera? Si tú
murieras yo también querría morirme. ¿Para poder estar conmigo? Sí. Para poder
estar contigo. Vale…”. No deja de golpear ‘La carretera’ en mi cabeza). Hablan
y sonríen caminando lentamente mientras arrastra el carrito, ajenos a una realidad que hoy les es extraña
(probablemente ayer no) hasta llegar a la próxima estación del viacrucis de la
pobreza al que la crisis les ha condenado: el contenedor situado enfrente de la
terraza en la que me encuentro. El hombre saca un hierro largo del carro, enciende
la linterna que lleva en la cabeza, levanta la tapa y hurga con él en su
interior con la esperanza de pescar algo de valor. Mientras, el niño da
pequeños saltos y canturrea. Nada. Apaga la linterna, deja la ‘caña’ de hierro
en su sitio, cierra la tapa, coge de nuevo al niño de la mano y se alejan en su
peregrinar cotidiano hacia la siguiente estación en busca de objetos que alimenten
el estómago del carrito y los suyos propios.
Es uno de los nuevos
oficios que ha dejado la crisis, y ellos sus víctimas. Dos más. Atrapados en la
miseria. Son buscadores, recuperadores
de basura, chatarreros. Oficios de postguerra en versión postmoderna. Oficios
no escogidos, impuestos por la cruel necesidad. Vidas abocadas a subsistir de
la miseria en el día a día de la calle. Con su carrito de la compra o con varios
de ellos cogidos por cadenas y formando el pequeño tren del infortunio y la
pobreza; o circulando en bicicleta con un cajón en el transportín. Los trabajos
del subdesarrollo. Las labores del excluido.
Hay veces en que la vida
es tan dura que sin darnos cuenta nos convierte en los personajes principales de
la novela en que se ha convertido nuestra propia existencia. Un argumento
impuesto a golpe de mala suerte y de injusticias, donde los protagonistas
apenas si perciben la dimensión del relato que protagonizan engullidos por el
peso de la supervivencia. No hace falta buscar personajes de épica crepuscular
en las historias, conviven con nosotros y estamos tan acostumbrados a ellos
como ellos mismos a sus vidas. Porque entre soñar vidas de novela y vivir la
vida como un sueño lleno de pesadillas, no hay más distancia que la que separa
al que posee del desposeído, al que está dentro, del excluido.
Miras y sigues caminando
ajeno a esta realidad, hecho a ella. O sigues sentado en la terraza del café observando
y sin hacer nada que no sea conmoverte. Nada peor que la indiferencia o la
aceptación resignada; nada tan inútil. Pero ¿qué hacer para que ese niño con su
padre abandonen el carrito y la carretera? (cualquiera de nosotros podría estar
arrastrándolo de no haber tenido más suerte que ellos). Y no se me ocurre nada,
y por alguna razón que se me escapa me avergüenzo.
Y entretanto aquí sigo,
bebiéndome la cerveza y observando cómo se alejan.
Esta receta es para
vosotros dos y para aquellos a quienes el infortunio ha arrastrado a esta
situación. Os la merecéis como nadie, del mismo modo que no os merecéis la mala
suerte que habéis tenido. Al menos no más que los demás. Que menos que este
homenaje en vuestro nombre: Trompetas de
atún y mozzarella, un trompetazo a quien corresponda, a modo de
llamamiento, para que os ayude a abandonar el carrito y echar a correr hacia un
futuro mejor. Unas trompetas de oblea rellenas de ventresca, tomate y
mozzarella que combina la frescura del primero con la untuosa suavidad del atún
y el queso, para llenar de color y sabor un bocado sencillo y exquisito que no
dejará indiferente a nadie.
Que la disfrutes.
NECESITARÁS
(para 4 personas)
- 1 lata de ventresca.
- 1 paquete de obleas para empanadillas.
- 25-30 tomatitos cherry de diferentes tipos.
- 5 tomates secos.
- Un puñado de piñones.
- La yema de un huevo.
- Unas hojas de rúcula.
- 1 mozzarella.
- Sal, pimienta y aceite de oliva virgen extra.
- Tomillo picado.
ELABORACIÓN
- Precalienta el horno a 200ºc. Coloca las obleas sobre moldes cónicos para darles esa forma y obtener nuestras trompetas. Presiona los bordes para que queden selladas al hornear y píntalas con la yema batida del huevo. Introduce en el horno unos 6’-7’ o a esta que veas que están doradas. Sácalas, deja que se enfríen, quítales el molde y reserva.
- Lava y corta los tomatitos en mitades o cuartos según sea su tamaño y saltéalos junto a los pimientos secos cortados a trocitos en unas gotas de aceite. Salpimienta.
- En unas gotas de aceite sofríe los piñones.
- En un bol introduce los tomates, los piñones y la mozzarella cortada a trocitos. Rectifica de sal y espolvorea con el tomillo picado.
- Introduce dentro de cada trompeta unas hojas de rúcula, una lasca de ventresca y completa con los tomates, los piñones y el queso.
- Emplatado: servir las trompetas sobre brotes verdes o rúcula.
Umm, sencillo, fresco,
ligero, económico y exquisito. A disfrutar.
NOTA
Es conveniente comerlos
recién rellenados para evitar que la ‘trompeta’ se ablande. El queso feta
acompaña perfectamente en este bocado, del mismo modo que la albahaca fresca y
picada o el orégano. Puedes sustituir la ventresca por atún o anchoa.
MÚSICA
PARA ACOMPAÑAR
Para
la elaboración: Gerdundula, Status Quo
Para
la degustación: It’s a sin to be rich, it’s a low-downshame to be poor, Lightnin Hopkins
VINO
RECOMENDADO
Señorío de Sarria rosado
13, DO Navarra.
DÓNDE
COMER
En mesa redonda y
servidas al centro, las trompetas a un lado y el relleno a otro, que sea cada
comensal quien participe en su elaboración y su degustación motivo de la
conversación que la acompañe. Quedan de maravilla para un día soleado de picnic
acompañadas con el vino bien fresquito.
QUÉ
HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Siendo un bocado tan
ligero, levantarse a toque de trompeta a buscar más en cuanto se acaben las de
la mesa será tarea suficiente que lo compense.