El día que los asesinos entraron
en la redacción de Charlie Hebdo lo hicieron también en la conciencia de
Europa. No era sólo asesinar a quienes ‘tomaron la imagen de Mahoma en vano’ y
a cuantos se pusieran por el medio, era por encima de todo inducir a la peor de
las censuras, esa que te infliges a ti mismo, te asfixia y termina por hacerte
desaparecer: la autocensura.
La autocensura es ese mecanismo
de supervivencia que activa el miedo cuando la bomba que achica y hace aflorar
al exterior todas nuestras ideas deja de funcionar y convierte en stock cuanto
llevamos dentro, hasta que termina por pudrirse. Porque el miedo, además de una emoción, es un
arma sutil, barata y sumamente eficaz que bien administrado induce a la
inmovilidad y a la nada y genera en quien lo padece la inexistencia en vida. Lo
saben muy bien aquellos que lo inoculan a través de acciones terribles y
salvajes, los mismos que después lo difunden para envenenar el cerebro de los
desencantados y paralizar el mundo.
Sin embargo, más allá de la
conmoción inicial y del recuerdo de las vidas arrebatadas, los asesinatos de
París no sólo no han conseguido el objetivo inicial, sino que lejos de ser así,
han perfilado el efecto contrario. Han servido para sacudir los cimientos de
una Europa autocomplacida, que mientras
se debate entre protegerse y mejorar la seguridad sin menoscabar los derechos
fundamentales de sus ciudadanos, se ha empeñado en una lucha sin descanso
contra el fundamentalismo como única opción de supervivencia y de defensa de
las libertades. ‘No habrá paz para los malvados’, ha dicho, y ha sabido enfocar
muy bien quiénes son los malvados: aquellos que dicen hablar en nombre del Profeta
y representar a sus fieles, pero que sólo se representan a sí mismos y a las
multinacionales del horror a quienes dicen pertenecer.
El ciudadano ha sido capaz de
vencer al miedo y se ha convertido en Charlie. Se ha echado a la calle y ha
sido torrente y lecho en un grito unánime, solidario y unívoco; sin fisuras
contra la intolerancia y los asesinos. Frente a ellos.
Y Charlie Hebdo ha reaccionado
como no podía ser de otro modo: con la verdad rotunda y sin más filtro que el
de la inteligencia. Ha contestado con la sutileza definitiva y contundente de
un certero crochet directo al mentón de sus asesinos, a pesar del dolor
infinito: frente a la brutalidad, valentía; frente a la autocensura, libertad
de expresión; frente a la intransigencia, empatía; y frente a la locura,
cordura. La portada del último número no deja lugar a dudas, dos imágenes que
trascienden la propia lengua para instalarse en la retina definitivamente: un
titular concluyente con un “Tout est pardonné” y la imagen de un Mahoma
llorando mientras sujeta un cartel con el lema “Je suis Charlie”. Otro
inteligente ‘No habrá paz para los malvados’, en una lucha librada a golpe de
lápiz y sacapuntas. Porque con el ‘todo está perdonado’ y esas ‘lágrimas
divinas’ se sitúan frente a sus asesinos junto a aquellos a quienes estos dicen
representar, pero que nada tienen que ver con ellos.
Mensaje recibido: el Islam y
quienes lo profesan no son el enemigo; el pensamiento satírico no se censura.
Ha vencido. Y es que no puede ser de otro modo. Sin el audaz recurso de la
sátira el ser humano sería incapaz de expresar sin miedo cuanto piensa, porque
la sátira, a fin de cuentas, no es más que la salida natural de la irreverencia
inteligente. Y para muestra, un botón, una frase que hace alusión directa a los
políticos en las páginas interiores del mismo número de Charlie Hebdo, que abre
la imagen en la que, entre otros, se ve a Holllande y Sarkozy, con un
clarificador: “Matan a una familia de payasos y aparecen otros diez”.
Y es que la sátira, con ese ojo
que todo lo ve y esa lengua que nada se calla, nunca yerra el tiro; es certera
como ella sola y no falla. No sólo acierta en definir el contorno de quienes se
ponen bajo su punto de mira, sino que
también interpreta el contexto donde exhiben sus movimientos, pues no habrá paz
para nadie, si ese alguien está expuesto a la opinión pública.
Dicen, con acierto, que “Matan a
una familia de payasos y aparecen otros 10”. Podríamos ampliar el número y
decir que ‘o más de 50’, como se aprecia en la foto que publicó Le Monde, y
muestra la nutrida representación de la élite política mundial solos y separados
del resto de manifestantes. Un cortejo fúnebre que ha corrido para sumarse a la
indignación por los asesinatos, y sobre todo por salir en la foto, a pesar de
que algunos de sus miembros limitan la libertad de expresión y los derechos
fundamentales de los ciudadanos en sus países, o tienen la responsabilidad,
cuanto menos moral, de la muerte de miles y miles de personas. Una distancia, que
les aleja del resto de ciudadanos y que se mide no en metros sino en años luz,
y un espacio que los separa (ese lugar donde se exhiben las actitudes), que se
cuantifica en océanos infinitos exentos de similitud. Porque, por más que se
empeñen, por más prisa que se den por salir en la foto, por más codazos que se
peguen por ponerse delante… ils ne sont pas Charlie.
En homenaje a las vidas que nos
han robado, a los lápices siempre afilados y listos para plantar cara y por
todos nosotros, esta receta. Un plato fresco y ligero como la sátira de Charlie
Hebdo, como la verdad que se amaga tras sus viñetas que tanto odia la
intransigencia: Ensalada ‘Je suis
Charlie’, la ensalada sin censuras.
Una receta sutil y liviana, atrevida y desvergonzada para hacer frente al peso
insoportable del fundamentalismo. La mezcla perfecta entre la dulce acidez de
la naranja y la fina rotundidad del bacalao. Un cóctel de contrastes y matices
sorprendentes que te harán disfrutar sin condiciones de todo su sabor. Ni los
paladares más intransigentes y fanáticos de la tradición quedarán al margen de
su hechizo.
Que la disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- Una bolsa de brotes tiernos.
- 100gr de bacalao desalado al punto de sal.
- 12 tomates cherry.
- 1 zanahoria.
- Aceitunas negras del bajo Aragón al gusto.
- 1 cebolleta tierna grade.
- 1 ½ naranjas.
- El zumo de ½ naranja.
- Sal y pimienta.
- 50ml de aceite.
- 1 cucharadita de olivada.
ELABORACIÓN
- Pela y corta en dados la naranja. Pela la zanahoria, córtala longitudinalmente en 3 ó 4 trozos y con una mandolina de cocina redúcela a tiras finas. Limpia la cebolleta, librándola de las capas más duras y córtala en muy fina con la mandolina. Lava y corta por la mitad los tomatitos.
- Deja el bacalao a remojo en agua fría durante 24 horas cambiándole el agua 3 veces. Escurre, seca y reserva.
- Emulsiona el aceite, el zumo de la media naranja y la cucharadita de olivada.
- Emplatado: coloca en el fondo de un cuenco unos trozos de bacalao y de naranja y sobre los mismos 3 tomatitos partidos por la mitad, las plumas de cebolla, las tiritas de zanahoria, un puñadito de brotes y aceitunas negras al gusto. Salpimienta ligeramente y aliña con la emulsión.
NOTA
Puedes acompañarla si lo deseas
con cuartos de huevo duro, le dan un toque muy agradable a esta ensalada. La
rúcula, con su sabor característico y particular, da mucho juego también es
sustitución de los brotes.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Quelqu'un m'a dit, Carla Bruni
Para la degustación: Ces petits riens, Stecey Kent
VINO RECOMENDADO
Monasterio de las Viñas blanco
13. DO Cariñena.
DÓNDE COMER
En mesa perfectamente vestida
para la ocasión, con buena vajilla, mejor cristalería y rodeado de quienes con
su conversación ácida, crítica y sutil cuestionen la realidad y además de
hacerte reír, la mejoren.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Es un bocado ligero que pasa sin
apenas darnos cuenta, así que pensar será ejercicio suficiente, pues el cerebro
es un gran consumidor de energías; pero si eso te sabe a poco, échate unas
risas a discreción, seguro que la conversación ha valido la pena.