El mismo día en que el
centro de Madrid se colapsaba por una
manifestación en contra de la violencia machista, TVE abría el telediario con un
Rajoy en ‘modo campaña’. No debió parecer una noticia suficientemente relevante.
O tal vez se consideró que las andanzas electoralistas de Mariano eran de mayor
calado mediático para el interés general que el objetivo de la Marcha: Llamar
la atención sobre un problema que hunde sus raíces en lo más profundo de la
sociedad, demandar la implicación de todas las instituciones y exigir que la
lucha contra la violencia machista se convierta en una cuestión de Estado, una
lacra considerada como la principal causa de muerte de la mujer en el mundo. No es más que un
ejemplo de manipulación informativa, pero refleja a las claras el escaso interés
que suscita para el gobierno un problema de esta magnitud.
Que en pleno siglo XXI,
en un país occidental desarrollado económica y socialmente, se haya convocado una
marcha reivindicativa contra las diferentes formas de violencia machista,
debería ser un anacronismo; sin embargo, (y visto lo visto) no sólo ha estado
plenamente justificada, sino que ha sido necesaria para dirigir la mirada sobre
una realidad con la que se convive y que se muestra en todos los ámbitos de la
sociedad, a veces de forma tan sutil que apenas nos percatamos.
Porque son las mujeres
asesinadas, sí; es la violencia sexual o el maltrato físico y psicológico; es la
recuperación económica y social de las víctimas: las mujeres y sus hijos; es
que los maltratadores puedan seguir teniendo la patria potestad sobre sus hijos
y ocupar el mismo espacio vital que sus víctimas, a pesar de todo... Pero no
sólo es eso (de ahí el nombre de la manifestación: ‘Marcha contra las
Violencias Machistas’). Porque la violencia machista se ejerce de muchas
maneras y esconde su rostro detrás de multitud de máscaras. Es violencia
machista cobrar menos por realizar las mismas funciones o tener que demostrar
la valía para promocionar en el trabajo por encima de tus posibilidades; es aguantar
un lenguaje sexista intolerable o tener que demostrar que eres la víctima de un
acoso y no la provocadora; es soportar la condescendencia o el ninguneo, cuando
no el desprecio. Es el problema de una sociedad que ha basado las vínculos de
sus hombres y mujeres en una relación de desigualdad, y aún hoy para muchas de
dependencia. Un ADN siniestro que en cierta medida convierte a todos en
víctimas de unas relaciones perversas basadas en ese desequilibrio, donde las
mujeres se llevan, por supuesto, la peor parte. Una sociedad que ha alentado la desigualdad y limitado la
autonomía económica y social de quien la padece. Una sociedad que garantiza la
igualdad de derechos ciudadanos ante la ley, que avala la protección jurídica,
pero donde la fuerza de la costumbre, más allá de las demostraciones de brutalidad
extrema, al mismo tiempo, permite otras formas de violencia explícitas o sutiles, e insta a
asumir lo inasumible y a aceptarlo de manera inconsciente.
Nadie nace machista; se
hace. Es una cuestión de educación; de educación y de empatía, de compañerismo,
de amor al otro, hombres y mujeres. Legislar e involucrar a todas las
instituciones del estado es necesario, pero educar en valores en la casa y en
la escuela es prioritario. Así que empecemos por ahí: más casa, más ciudadanía,
más ética, y menos religión. Porque es en nosotros y en nuestra capacidad para ponernos en el lugar
del otro donde está la solución; y eso, se aprende.
Ojalá pudiéramos gritar
“El macho ha muerto. Viva el hombre”…el hombre y la mujer iguales, claro; aunque
a la vista de cómo está el patio aún es imposible hacerlo. Mientras tanto, podemos ir haciendo algunas cosas entre todos,
empezando por salir a la calle y manifestarlo.
Y que esta receta nos lo
recuerde y sirva de homenaje a todos aquellos, hombres y mujeres, que creen en
la igualdad y basan sus relaciones en el respeto mutuo: Bomba de patata ‘Anti-machos’. Un plato que combina como ninguno
dos posibilidades igual de placenteras: la de arma arrojadiza contra todos
aquellos que siguen instalados en la caverna, o bocado perfecto con billete
directo al centro del sabor. Una receta que combina como ninguna el mar y la
tierra a través de la textura térrea de la patata y la sutileza de la carne blanca
y tersa de la sepia. Un plato sorprendente y sencillo que no dejará indiferente
a nadie.
Que lo disfrutes.
NECESITARÁS
(para 4 personas)
- 600 g de patatas.
- Agua para cocerlas.
- 300 g de sepia limpia y sin las patas.
- 125 ml de aceite de oliva virgen extra.
- 1 huevo y la clara de otro.
- 1 cucharada de mostaza a la antigua.
- 2 dientes de ajo.
- Sal y pimienta.
- Cebollino y alguna florecilla para decorar (si quieres darte un toque de distinción y el pisto toda la noche).
- 4 cucharaditas de sucedáneo de caviar (o del auténtico, si te atreves, aunque no le hace falta).
ELABORACIÓN
- Pela las patatas y cuécelas enteras en abundante agua con sal durante 35’-40’ según tamaño. Una vez hechas, retíralas de la cazuela, cháfalas con un tenedor, salpimienta al gusto y añádele un leve hilillo de aceite. Remueve bien. Debe quedar un puré espeso y consistente para poder hacer bien las bolas posteriormente. Reserva.
- Corta la sepia en trozos pequeños. Salpimienta. Pela un ajo, quítale la raíz y córtalo finito. Pica la ramita de perejil. Junta todo y añade un poco de aceite de oliva virgen. Mézclalo bien todo y deja reposar en la nevera durante 1h aproximadamente. Pasado este tiempo viértelo en una sartén caliente y sofríe en su propio aceite del adobo durante 2’ más o menos. Si te pasas quedará dura. Reserva.
- Pela, elimina la raíz y pica fino el otro ajo. Ponlo en el vaso batidor junto al huevo, una pizca de sal y el resto del aceite (100 ml aproximadamente). Coloca la batidora con la zona de las cuchillas pegada al fondo y sin levantarla bate a potencia media-alta. Una vez veas que ha cuajado puedes ir levantando las cuchillas. En unos segundos ya tienes tu ‘ajonesa’. Añádele la cucharada de mostaza a la antigua y remueve bien todo.
- Monta la clara que tenemos a punto de nieve, bien con la batidora o a mano. Añádela a la ‘ajonesa’ y remueve con cuidado para que le dé un aspecto más liviano y aéreo a la salsa. Ya tenemos una muselina de ‘ajonesa’ y mostaza.
- Extiende sobre la palma de la mano puré de patata, coloca en el centro un par de cucharadas de sepia a la plancha y con gracia forma volasen las que quede ésta en el medio; ve añadiendo más puré si es necesario.
- Emplatado: en el centro de un plato hondo coloca una bomba, cúbrela con la muselina y corona con una cucharadita de sucedáneo de caviar. Decora con un poco de cebollino picado o perejil y si quieres estirarte con alguna florecilla comestible.
Umm, ¿has visto algo más
sencillo y apetitoso? Con tanto color como sabor, además de económico y muy,
muy estiloso. Que lo disfrutes.
NOTA
Rellénalas con lo que más
te guste, pero con sepia se convierten en un bocado muy original y
especialmente sabroso. Si lo prefieres puedes utilizar un puré de sobre; sin
embargo, el punto que se consigue cociendo las patatas es mucho mejor. Para
montar las claras, es conveniente que esté a temperatura ambiente. Si le añades
un poquito de sal y unas gotas de limón el resultado será perfecto.
MÚSICA
PARA ACOMPAÑAR
Para
la elaboración: La Otra, La Otra
Para
la degustación: Malo, Bebe.
VINO
RECOMENDADO
Mo Salinas, tinto. DO
Alicante.
DÓNDE
COMER
En mesa redonda y bien
dispuesta, como las propias bombas que la presiden, y rodeado de amigos que te
hagan reír y sentir a gusto ¿acaso hay algo mejor y más divertido? Y si no es
así, siempre podrás darle una utilidad más belicosa a tan aguerrido plato ¿no
crees?
QUÉ
HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
¿Y si después os vais
todos de manifestación? La ocasión bien lo merece ¿no te parece?