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Los que vivimos al lado del mar
lo sabemos: si no quieres parecer de fuera hay dos ocasiones en verano en las
que jamás has de bajar a la playa: cuando hace poniente y cuando es domingo. Es
algo que va impreso en nuestro código genético, porque desde que tenemos uso de
razón siempre nos han dicho: “pero dónde vas con la que está cayendo, ¿pero no
ves el poniente que hace? Anda, siéntate ahí y ni se te ocurra abrir la ventana”.
Y esta frase, repetida verano tras verano, poniente tras poniente, imprime tanto
o más carácter que el pelo enredado de salitre o las sandalias de goma para
andar por las piedras de la escollera.
Tampoco bajamos a la playa los
domingos porque ese día nos arrinconamos en otros lugares y nos saltamos la
marabunta que se concentra sobre la arena, a no ser que recibamos la visita de
la familia (de fuera, por supuesto) o que por cuestiones de trabajo no hayamos
podido pisarla en toda la semana, y aun y con esas te lo piensas.
Por supuesto a los de playa
también se nos ve el plumero cuando vamos a la nieve. Yo he visto esquiadores
de costa subir las pistas sin arrastre con la sola ayuda de una ventisca de
fuerza 5; y bajarla a ciegas y con viento a favor; así, con un par. Y estoy
convencido que el código genético de los naturales de aquellas latitudes también
llevará impreso un mensaje similar al nuestro, algo así como: ‘prohibido
esquiar con ventisca y los domingos que amanecen con un sol espectacular’.
Porque no nos engañemos, cuando
tiramos de tarjeta y nos pagamos una escapadita, lo suyo es que haga buen
tiempo, pero si no es así, nos la trae floja: cerramos los ojos y la boca para
evitar tragarnos media playa si hace poniente o la nieve de una cumbre entera
con ventisca, y punto. Eso sí, nosotros ahí, como los campeones: o sobre la
toalla o sobre los esquís, pero en el tajo, que para eso hemos pagado.
Si has reparado en el detalle, al
comenzar el relato he dicho “bajar a la playa”. La razón es muy simple: igual
que los de montaña suben a las pistas (los pijos, de fuera, claro, dicen subir
a pistas, a Pirineos, a Alpes, como si de ese modo se identificaran más con
ellas, pero nosotros, por más que la sintamos como propia, jamás bajamos a playa, la respetamos
demasiado) los que vivimos al lado del
mar, digo, no vamos a la playa, sino que bajamos, aunque residas tan
cerca de la orilla que el agua moje la alfombra a los pies de tu cama. Y esa es
otra gran diferencia entre quien es del terreno o es de secano, porque no es lo
mismo bajar que venir. A nuestra playa en particular vienen muchos madrileños,
y llegado el caloret, por tradición decimos que la playa ya está hasta la
bandera de madrileños, término que utilizamos de manera genérica para designar
tanto a madrileños de Madrid, como a madrileños extremeños, leoneses,
aragoneses o de cualquier lugar de la agrosfera. De hecho, nos vienen tantos
madrileños de Aragón que los avisos en la playa
por megafonía siempre comienzan con un esclarecedor “Atención señores ‘mañistas’…”.
Y es que nosotros, no los que vamos
sino los que bajamos a la playa, lo tenemos claro: si las bicicletas sí son
para el verano, los domingos no son el día más indicado para darse un chapuzón,
porque poner un pie en la orilla puede convertirse en una empresa más
complicada que pisar la luna por primera vez. Tanto, que cuando lo haces
comprendes que tal vez haya sido un pequeño paso para el hombre, pero un gran
salto para tu humanidad, y te identificas como nadie con Neil Armstrong, pero
sin traje espacial. Por supuesto, su bandera es tu sombrilla, y si no eres
capaz de colocarla con tanta solemnidad y glamour como aquel es porque el
espacio se cotiza más caro que en la Milla de Oro, y los 2 m2 que has avistado
requieren de un salto reflejo y en plancha para evitar competidores, pues
sortear los obstáculos hasta llegar a él te haría perder tanto tiempo que
cuando llegases lo más probable fuera que ya hubieran edificado otra sombrilla,
una nevera, 3 bolsos y unas cuantas toallas alrededor.
Por todo ello, hoy que es domingo
me quedaré en casa preparando la comida e imaginando una playa desierta de
aguas transparentes y fresquita…al resguardo del aire acondicionado, por
supuesto. Y para evocarla nada mejor que esta receta: Latita ‘apretá’ de mejillones y cuscús. Unos mejillones tendidos al
sol sobre una mullida arena de cuscús. Una metáfora del agobio playero-dominguero
llevada al plato, donde la sutil carne del mejillón se mezclará con los granos
de cuscús, como la arena se pega a nuestro cuerpo, para, lejos de molestar,
potenciar su sabor, acompañado de una ‘after sun’ levemente picante que
redondeará las sensaciones a cada bocado.
Que la disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 32-36 mejillones, según tamaño.
- 100 g de cuscús.
- ½ cebolleta.
- 3 dientes de ajo.
- 1 hoja de laurel.
- ½ cucharadita de pimentón dulce de la Vera.
- 1 limón.
- Aceite de oliva virgen extra.
- 4 cucharadas de tomate frito.
- ½ guindilla (opcional).
- Sal, pimienta, comino, hierbabuena y perejil picados.
- 3 pimientos asados del piquillo.
ELABORACIÓN
- Limpia bien los mejillones y quítales la ‘barba’. Ponlos en una cazuela junto a dos dientes de ajo troceados, las hojas de laurel, el pimentón, un poco de hierbabuena picada, el zumo de limón y el resto del mismo troceado. Ponla al fuego y retira cuando todos los mejillones se hayan abierto.
- Retira la carne de las conchas y cuela el caldo que han soltado. En una cazuela vierte el mismo volumen de caldo bien caliente de los mejillones sobre el cuscús. Ve removiendo de tanto en tanto hasta que quede muy suelto. Añádele sal, comino, pimienta y hierbabuena al gusto y un chorrete de aceite. Remueve de nuevo y reserva.
- En una sartén con un poco de aceite sofríe la media cebolleta junto al ajo bien picaditos y la ½ guindilla. Cuando ya esté pochado, retira esta última y añade el tomate frito. Rectifica de sal da una vueltas y reserva.
- Corta los pimientos en trocitos. Reserva.
- Emplatado: dispón en el fondo de una lata de conserva de servicio un poco de pimiento cortado bien extendido, sobre el mismo dos cucharadas de cuscús con un cordoncito de salsa encima, y culminando los mejillones con su salsa. Espolvorea de perejil.
Umm, una auténtica delicia, muy
fácil de hacer, económica y muy, muy resultona.
NOTA
Si no dispones de latas de
conserva puedes valerte de un molde de cocina y montar el plato igual. El plato
se sirve tibio, vamos, a temperatura ambiente, por lo que haz primero el
sofrito y reserva los mejillones en el resto del caldo mientras elaboras el cuscús.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Showroom Dummies, Señor Coconut
Para la degustación: Surfin USA, The Beach Boys
VINO RECOMENDADO
Bach Viña Extrísima rosado 13. DO
Cataluña
DÓNDE COMER
Por supuesto en casa es una
opción acertada, pero servida en mesita de camping en medio de una playa
atestada y a las 2 de la tarde te convertirá en la estrella indiscutible de
cuantos te rodean y en objeto de miradas envidiosas.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Es bocado liviano, así que un par
de intentos por ganar la orilla desde tu silla plegable saltando toallas y
sorteando sombrillas, será ejercicio suficiente.