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La vida es muy frágil. Todas las
certezas que la cimientan pueden venirse abajo como un cristal cuya superficie
perfecta sucumbe en mil pedazos ante la violencia de un golpe. Hoy vives bajo
el tendal protector de las pequeñas cosas que conforman tu universo, esa rutina
tibia y plácida de objetos, costumbres y personas que te hacen creer de manera
inconsciente en una existencia segura y estable, y mañana puedes verte inerme y
desnudo frente al mundo, preguntándote cómo has llegado hasta allí y lo peor de
todo, sin posibilidad de salir del infierno.
La vida es frágil, sí, muy frágil
cuando te ves arrastrado por unas circunstancias incontrolables que la
dinamitan dejándote al capricho del destino, sobre todo cuando las manos que lo
rigen son las de los talibanes, la versión extrema de la intolerancia y la
intransigencia, esos que prohíben enjaular pájaros y volar cometas y confinan a
las mujeres tras los barrotes azules de un burka.
No siempre fue así. Hubo un
tiempo en el que en Afganistán las mujeres paseaban tranquilas por las calles
al salir de la universidad, frecuentaban locales de moda y vestían a la europea. Hubo un tiempo en que
compartían la vida con los hombres, trabajaban y ocupaban puestos de
responsabilidad. Hubo un tiempo en el que en sus ciudades brillaban las luces
de neón y en sus tiendas se exponía una incipiente y reconocida moda afgana. Un
tiempo en el que ellas fueron portada del Vogue y mostraron al mundo la belleza
ruda y antigua de su país y de lo que eran capaces. Y todo esto se muestra en
un impactante y sorprendente artículo
publicado en lavozdelmuro.net, que recoge el trabajo fotográfico del afgano
Mohammad Qayoumi, quien a través de su página de facebook nos descubre
lo que fue Afganistán, en lo que se ha convertido y el drama de sus mujeres,
las víctimas directas de la brutalidad política y religiosa.
De las páginas del Vogue a la
Edad Media. Un viaje de pesadilla en el túnel del tiempo. Han bastado 30 años
de guerra y la pasividad e indiferencia de occidente para que ese salto se haya
dado. Tal vez porque Afganistán no interesa, una tierra huesuda y yerma como
los restos devorados por los buitres de una gacela en medio de la sabana, esos
que sobrevuelan el mundo en busca de alimento y lo convierten en tierra estéril
y hostil con su sombra de muerte. De las páginas del Vogue a las prohibiciones que los talibanes imponen a las mujeres; así, sin comértelo
ni bebértelo; porque yo lo digo, porque tú no vales. Se acabó la vida
cosmopolita de la ciudad, la tradición, mi tradición, se impone. Y tú no puedes
hacer nada. 30 años han bastado para sumir en la ignorancia a las mujeres. El
país donde el sonido de sus pasos está prohibido, donde las uñas pintadas te puede hacer perder los dedos. Y lo peor de
todo, una exaltación extrema y perturbada que vuelve a imponerse a fuerza de
cuchillo en otros países de la zona.
No, la vida no es fácil ni garantía
de existencia. No sólo en Afganistán se
ha sembrado de tristeza las montañas y los valles y asolado los corazones de las
mujeres, sino también en las regiones remotas de Siria e Irak, donde el Estado
Islámico (EI) se ha hecho fuerte al calor del desgobierno y de la guerra y ha extendido
el horror y la brutalidad de su intransigencia. Es increíble la obsesión por
retrotraer la sociedad a la Edad Media y en especial a las mujeres, amparándose
en una interpretación perversa e interesada del Corán y la tradición, en este
caso desde la más absoluta modernidad, pues desde las redes sociales, desde sus
canales de promoción, seguidos por decenas de miles de personas, hacen
llamamientos para alistarse en esta
nueva guerra santa. Nada escapa al escrutinio de los últimos enemigos de
occidente para que su mensaje sea claro y contundente. Nada escapa a estos
nuevos talibanes que cuentan con el inmenso poder de la tecnología para dar
golpes de efecto de inhumana crueldad. Nada es casual. Han encontrado en el uso
de las grabaciones y de las redes sociales el medio para mandar un mensaje de
terror al resto del mundo y la forma de reclutar desencantados, hechizados por
su ritual de sangre y fuego. Todo está medido al milímetro, desde los
asesinatos grabados (donde el desierto no da pie a la distracción y los colores
forman parte de un attrezzo cruel: el naranja de Guantánamo y del corredor de
la muerte para la víctima y el negro para el verdugo), hasta la imposición, una
vez más, de un férreo y aterrador corpus legislativo que deja la vida en
suspenso en nombre de Alá. La muerte infunde terror y fascinación a partes
iguales y ellos lo saben bien, la muestran a manos llenas revelándote lo que te
espera si no transiges.
Y en sus manos, otra vez, el
destino de las mujeres, de su libertad, de su sexo. Son ellos quienes
determinan en su ‘califato del horror’ lo que las mujeres pueden y no pueden
hacer; los que determinan hasta dónde pueden llegar sin infligir la ley: no más
allá de lanzar la mirada desde detrás de la tupida rejilla de un burka. Nada
más, sin posibilidad de negociar. No hay misericordia ni contemplaciones; o
conmigo o contra mí. Tu amo, el califa de tu sexo, el que prohíbe tu placer y
lo cercena, quien determina el ritmo y el camino de tus pasos.
Como siempre la población es quien
sufre las consecuencias, y sobre todo las mujeres, las víctimas propiciatorias
del salvajismo exaltado, la sacralización del odio en su persona. Porque la
vida es muy frágil cuando lo inhumano prevalece sobre lo humano, cuando la existencia
se ve condicionada por circunstancias que escapan de tu control y te arrastran
sin remedio. Hombres malos, de barba desarreglada y de corazón tan negro como
el atuendo del verdugo, imponiendo otra vez su ley cruel. De nuevo las cometas
al suelo. De nuevo las mujeres encerradas en su cárcel de algodón. De nuevo
centenares de miles de personas en las fronteras huyendo del horror, contando
historias aterradoras que te roban el sueño. Y mientras, los que se quedan, si
sobreviven, volviendo al medievo.
Qué desgracia tan grande para el islam cargar con la cruz del talibán, del extremista. Ellos son sus grandes males y no otros, quienes destrozan
su imagen. Si dios existe, que los coja ya de la mano y los baje a los infiernos;
que por una vez actúe en nuestro nombre y los deje allí. Lo celebraremos.
Este no es plato de celebración,
es un plato de esperanza; de esperanza en que un mundo mejor es posible. Un
mundo donde los hombres malos de barba desarrapada desaparecen, las cometas
vuelven a subir al cielo y las mujeres a llenar las calles a cara descubierta.
Para todos cuantos lo desean, esta receta: Hummus
de garbanzo con cebolla caramelizada y sardina; una receta que combina
oriente medio y occidente, tradición y contemporaneidad; la prueba de que dos
mundos pueden convivir en armonía y respetarse mutuamente sin restarle nada al
otro. Una combinación sutil y sin aristas que te hará viajar a los confines del
desierto a través del paladar.
Que te aproveche.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 250gr de garbanzos cocidos.
- 1 diente de ajo mediano.
- 1 ½ cucharadas de tahini.
- Sal
- 3 cucharadas de aceite de oliva virgen extra
- ½ cucharada de comino.
- En zumo de ½ limón.
- Pimentón dulce de la Vera.
- 1 cebolla gordita.
- 1 chorro de aceite de Módena.
- 3 cucharadas de azúcar moreno.
- Aceite de oliva virgen extra para freír.
- 2 sardinas de bota.
ELABORACIÓN
- Corta el ajo en trocitos. Introdúcelo en el vaso batidor junto a los garbanzos, las 2 ½ cucharadas de aceite, el zumo de limón, el comino, el tahini y sal al gusto. Batir y espolvorear de pimentón y un poquito de aceite. Ya tenemos un hummus de garbanzo.
- Pelar y cortar muy fina la cebolla. Sofreír en aceite de oliva virgen extra. Cuando comience a transparentar añadir el azúcar y remover hasta que se vaya disolviendo poco a poco. Adquirirá una tonalidad tostada. Añadir un chorrito de vinagre de Módena para evitar que se pegue al ir caramelizando y cuando se disuelva ya está. Ya tenemos cebolla caramelizada.
- Quitarles la tripa y la cabeza a las sardinas y extraer los lomos con cuidado de no romperlos. Meterlos en agua unas 12h reservando en la nevera cambiándola 2 veces. Sacar, sacar trocear y conservar en aceite de oliva virgen extra.
Emplatado: Disponer en vasitos el hummus llenando 2/3 de su
capacidad, cubrir con la cebolla caramelizada y disponer sobre la misma un trozo
de sardina de bota.
Umm, sencillo, delicioso y espectacular.
NOTA
Puedes sustituir en el hummus
parte del aceite de oliva por aceite de sésamo, le da una suavidad muy especial
y un toque muy sutil.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Sacar la voz. Ana Tijoux Feat, Jorge Drexler
Para la degustación: Más música, menos balas. Alika
VINO RECOMENDADO
Muzares tinto 13, DO Calatayud
DÓNDE COMER
A pie de calle, con la acera
engalanada y a cara descubierta, con las telas que te cubren sirviendo de
mantel, todos cuantos te quieren sentados sobre él y el plato servido al medio.
Que tus manos sean cubierto y el color de tus uñas motivo de admiración.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Ninguna sensación tan excitante
como la de la libertad, que es como la salud, que cuando se tiene no te
percatas de ello. Bastará con sentir su aliento, ser consciente de hacer lo que
te venga en gana; la emoción del momento hará el resto.