martes, 23 de septiembre de 2014

La vida en un burka. El día que los hombres de barba prohibieron volar cometas

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La vida es muy frágil. Todas las certezas que la cimientan pueden venirse abajo como un cristal cuya superficie perfecta sucumbe en mil pedazos ante la violencia de un golpe. Hoy vives bajo el tendal protector de las pequeñas cosas que conforman tu universo, esa rutina tibia y plácida de objetos, costumbres y personas que te hacen creer de manera inconsciente en una existencia segura y estable, y mañana puedes verte inerme y desnudo frente al mundo, preguntándote cómo has llegado hasta allí y lo peor de todo, sin posibilidad de salir del infierno.


La vida es frágil, sí, muy frágil cuando te ves arrastrado por unas circunstancias incontrolables que la dinamitan dejándote al capricho del destino, sobre todo cuando las manos que lo rigen son las de los talibanes, la versión extrema de la intolerancia y la intransigencia, esos que prohíben enjaular pájaros y volar cometas y confinan a las mujeres tras los barrotes azules de un burka.

No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que en Afganistán las mujeres paseaban tranquilas por las calles al salir de la universidad, frecuentaban locales de moda y vestían  a la europea. Hubo un tiempo en que compartían la vida con los hombres, trabajaban y ocupaban puestos de responsabilidad. Hubo un tiempo en el que en sus ciudades brillaban las luces de neón y en sus tiendas se exponía una incipiente y reconocida moda afgana. Un tiempo en el que ellas fueron portada del Vogue y mostraron al mundo la belleza ruda y antigua de su país y de lo que eran capaces. Y todo esto se muestra en un impactante y sorprendente  artículo publicado en lavozdelmuro.net, que recoge el trabajo fotográfico del afgano Mohammad Qayoumi, quien a través de su página de facebook nos descubre lo que fue Afganistán, en lo que se ha convertido y el drama de sus mujeres, las víctimas directas de la brutalidad política y religiosa.

De las páginas del Vogue a la Edad Media. Un viaje de pesadilla en el túnel del tiempo. Han bastado 30 años de guerra y la pasividad e indiferencia de occidente para que ese salto se haya dado. Tal vez porque Afganistán no interesa, una tierra huesuda y yerma como los restos devorados por los buitres de una gacela en medio de la sabana, esos que sobrevuelan el mundo en busca de alimento y lo convierten en tierra estéril y hostil con su sombra de muerte. De las páginas del Vogue a las prohibiciones que los talibanes imponen a las mujeres; así, sin comértelo ni bebértelo; porque yo lo digo, porque tú no vales. Se acabó la vida cosmopolita de la ciudad, la tradición, mi tradición, se impone. Y tú no puedes hacer nada. 30 años han bastado para sumir en la ignorancia a las mujeres. El país donde el sonido de sus pasos está prohibido, donde las uñas pintadas  te puede hacer perder los dedos. Y lo peor de todo, una exaltación extrema y perturbada que vuelve a imponerse a fuerza de cuchillo en otros países de la zona. 

No, la vida no es fácil ni garantía de existencia. No sólo en Afganistán  se ha sembrado de tristeza las montañas y los valles y asolado los corazones de las mujeres, sino también en las regiones remotas de Siria e Irak, donde el Estado Islámico (EI) se ha hecho fuerte al calor del desgobierno y de la guerra y ha extendido el horror y la brutalidad de su intransigencia. Es increíble la obsesión por retrotraer la sociedad a la Edad Media y en especial a las mujeres, amparándose en una interpretación perversa e interesada del Corán y la tradición, en este caso desde la más absoluta modernidad, pues desde las redes sociales, desde sus canales de promoción, seguidos por decenas de miles de personas, hacen llamamientos para  alistarse en esta nueva guerra santa. Nada escapa al escrutinio de los últimos enemigos de occidente para que su mensaje sea claro y contundente. Nada escapa a estos nuevos talibanes que cuentan con el inmenso poder de la tecnología para dar golpes de efecto de inhumana crueldad. Nada es casual. Han encontrado en el uso de las grabaciones y de las redes sociales el medio para mandar un mensaje de terror al resto del mundo y la forma de reclutar desencantados, hechizados por su ritual de sangre y fuego. Todo está medido al milímetro, desde los asesinatos grabados (donde el desierto no da pie a la distracción y los colores forman parte de un attrezzo cruel: el naranja de Guantánamo y del corredor de la muerte para la víctima y el negro para el verdugo), hasta la imposición, una vez más, de un férreo y aterrador corpus legislativo que deja la vida en suspenso en nombre de Alá. La muerte infunde terror y fascinación a partes iguales y ellos lo saben bien, la muestran a manos llenas revelándote lo que te espera si no transiges.

Y en sus manos, otra vez, el destino de las mujeres, de su libertad, de su sexo. Son ellos quienes determinan en su ‘califato del horror’ lo que las mujeres pueden y no pueden hacer; los que determinan hasta dónde pueden llegar sin infligir la ley: no más allá de lanzar la mirada desde detrás de la tupida rejilla de un burka. Nada más, sin posibilidad de negociar. No hay misericordia ni contemplaciones; o conmigo o contra mí. Tu amo, el califa de tu sexo, el que prohíbe tu placer y lo cercena, quien determina el ritmo y el camino de tus pasos.

Como siempre la población es quien sufre las consecuencias, y sobre todo las mujeres, las víctimas propiciatorias del salvajismo exaltado, la sacralización del odio en su persona. Porque la vida es muy frágil cuando lo inhumano prevalece sobre lo humano, cuando la existencia se ve condicionada por circunstancias que escapan de tu control y te arrastran sin remedio. Hombres malos, de barba desarreglada y de corazón tan negro como el atuendo del verdugo, imponiendo otra vez su ley cruel. De nuevo las cometas al suelo. De nuevo las mujeres encerradas en su cárcel de algodón. De nuevo centenares de miles de personas en las fronteras huyendo del horror, contando historias aterradoras que te roban el sueño. Y mientras, los que se quedan, si sobreviven, volviendo al medievo.

Qué desgracia tan grande para el islam cargar con la cruz del talibán, del extremista. Ellos son sus  grandes males y no otros, quienes destrozan su imagen. Si dios existe, que los coja ya de la mano y los baje a los infiernos; que por una vez actúe en nuestro nombre y los deje allí. Lo celebraremos.

Este no es plato de celebración, es un plato de esperanza; de esperanza en que un mundo mejor es posible. Un mundo donde los hombres malos de barba desarrapada desaparecen, las cometas vuelven a subir al cielo y las mujeres a llenar las calles a cara descubierta. Para todos cuantos lo desean, esta receta: Hummus de garbanzo con cebolla caramelizada y sardina; una receta que combina oriente medio y occidente, tradición y contemporaneidad; la prueba de que dos mundos pueden convivir en armonía y respetarse mutuamente sin restarle nada al otro. Una combinación sutil y sin aristas que te hará viajar a los confines del desierto a través del paladar.

Que te aproveche.
   
NECESITARÁS (para 4 personas)
  • 250gr de garbanzos cocidos.
  • 1 diente de ajo mediano.
  • 1 ½ cucharadas de tahini.
  • Sal
  • 3 cucharadas de aceite de oliva virgen extra
  • ½ cucharada de comino.
  • En zumo de ½ limón.
  • Pimentón dulce de la Vera.
  • 1 cebolla gordita.
  • 1 chorro de aceite de Módena.
  • 3 cucharadas de azúcar moreno.
  • Aceite de oliva virgen extra para freír.
  • 2 sardinas de bota.
ELABORACIÓN
  1. Corta el ajo en trocitos. Introdúcelo en el vaso batidor junto a los garbanzos, las 2 ½ cucharadas de aceite, el zumo de limón, el comino, el tahini y sal al gusto. Batir y espolvorear de pimentón y un poquito de aceite. Ya tenemos un hummus de garbanzo.
  2. Pelar y cortar muy fina la cebolla. Sofreír en aceite de oliva virgen extra. Cuando comience a transparentar añadir el azúcar y remover hasta que se vaya disolviendo poco a poco. Adquirirá una tonalidad tostada. Añadir un chorrito de vinagre de Módena para evitar que se pegue al ir caramelizando y cuando se disuelva ya está. Ya tenemos cebolla caramelizada.
  3. Quitarles la tripa y la cabeza a las sardinas y extraer los lomos con cuidado de no romperlos. Meterlos en agua unas 12h reservando en la nevera cambiándola 2 veces. Sacar, sacar trocear y conservar en aceite de oliva virgen extra.
Emplatado: Disponer en vasitos el hummus llenando 2/3 de su capacidad, cubrir con la cebolla caramelizada y disponer sobre la misma un trozo de sardina de bota.

Umm, sencillo, delicioso y espectacular.

NOTA

Puedes sustituir en el hummus parte del aceite de oliva por aceite de sésamo, le da una suavidad muy especial y un toque muy sutil.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR

Para la degustación: Más música, menos balas. Alika

VINO RECOMENDADO

Muzares tinto 13, DO Calatayud

DÓNDE COMER

A pie de calle, con la acera engalanada y a cara descubierta, con las telas que te cubren sirviendo de mantel, todos cuantos te quieren sentados sobre él y el plato servido al medio. Que tus manos sean cubierto y el color de tus uñas motivo de admiración.

QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS

Ninguna sensación tan excitante como la de la libertad, que es como la salud, que cuando se tiene no te percatas de ello. Bastará con sentir su aliento, ser consciente de hacer lo que te venga en gana; la emoción del momento hará el resto.