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Los reyes magos no
existen. Murieron por descreimiento, la peor de las muertes, en el instante en
que el niño, perplejo ante una realidad inesperada, descubrió que no eran de
verdad y dejó de creer en ellos. Jordi Pujol también ha dejado de existir, ha
muerto como figura política por decepcionante, desde el momento en que, en un
gesto de inmolación inducida, seguramente por unas circunstancias que le han
arrastrado a ello , dio a conocer su faceta más zafia y grosera ganándose una
muerte merecida y vergonzosa en el despiadado mundo de los mayores. Como en las
tragedias griegas, donde los dioses sucumben ante las pulsiones humanas, Pujol
se ha mostrado a los ojos de los mortales como el más ruin de ellos. Ya no hay
sitio para él en el Olimpo. Ha perdido, a golpe de decenios de ‘mordidas’, su
silla en el lugar reservado a los justos y honorables.
Qué desilusión dejar de
creer en los reyes magos, mudar de la creencia incuestionable en el mito al
fraude que se descarna ante los ojos. Que decepción tan grande que los
intereses más espurios e ilegítimos hayan estado siempre por delante de lo
ético y lo moral, porque más allá de la doctrina que representaba el ideario
político de Pujol, había una figura de dimensiones políticas inabarcables y
fuera de toda duda. Sin embargo, los reyes magos no sólo no existían, sino que
además te robaban los juguetes, y eso no se puede perdonar.
Jordi Pujol se ha
mostrado como un ratoncito Pérez deshonesto y ramplón, que en lugar de dejar un
regalo bajo la almohada del niño se lleva
el diente riéndose a escondidas. No ha tenido en cuenta que los cuentos, como
los mitos, encierran siempre una metáfora moral de la vida que cuando les
cambias el final se convierten en parodias de sí mimos perdiendo totalmente su
significado.
Jordi Pujol, como un
rey mago malvado o un ratoncito Pérez desenfrenado, es un villano que no sólo
ha hundido su persona y su familia en la vergüenza más absoluta, sino que
genera vergüenza ajena. Ponerse en su lugar y a sus años, sometido al escarnio
público desde que se levanta hasta que se acuesta, desde que aparece en el
portal de su casa hasta que apaga el televisor o cierra el diario, debe ser muy
duro y vergonzoso. El rey de Cataluña durante 25 años a punto de ser decapitado
por un verdugo tan perplejo como furioso.
Cabría preguntarse si
quienes diariamente se apostan en la puerta de su casa a increparle a él y a su
familia llamándole ladrón, lo hacen dolidos por la fortuna amasada o por la decepción
que ha generado en sus corazones, pues es muy raro que nadie personalice su
rabia cuando el dinero no ha salido directamente de su bolsillo. Y es que,
cuando un mito muere, algo de nosotros muere con él: esa inocencia basada en la
credulidad y la buena fe que nos hace creer sin cuestionarnos nada; una forma
de creencia casi religiosa.
El problema con los reyes magos o el ratoncito Pérez una vez conoces
su secreto, es que es muy difícil volver a creer en ellos de nuevo. Es
imposible. Y eso es triste y desilusionante a la vez, porque te conviertes en
un descreído. Cuando la decepción y las pruebas contra ti son inapelables, todo
se ha acabado. Quien ha decepcionado alguna vez lo sabe bien, nunca vuelve a
ser ya lo mismo, algo se ha roto, algo se ha perdido para siempre, y ni los
actos más puros y sinceros, ni los años logran borrar el recuerdo de la
decepción. Comentaba Felipe González al respeto del ‘escándalo Pujol’, que
creía en su inocencia, que tal vez con su inmolación lo que hacía era proteger
otros intereses, seguramente familiares. El problema es que las pruebas
confirman lo contrario, que los Pujol, con el padre a la cabeza solicitando y
aceptando comisiones en propia mano, se habían convertido en una auténtica
fábrica de hacer dinero, los reyes de la ‘mordida’ barcelonesa, una ‘movida’
que llevaba años a pleno rendimiento a la sombra del poder. Era vox populi.
Decía Pasqual Maragall que ‘el problema’ de CIU ‘se llama 3%’. Corría el año
2005. Si era algo que se sabía ¿por qué todos callaban? Tal vez porque todos
tenían por qué callar. Todos a través del cobro de comisiones, de favores o de
silencios cómplices eran culpables de lo mismo. En un mundo sibilino donde las
reglas las marca el propio interés, saber de los demás vale tanto como el dinero:
saber para arrojar cuando interesa, como ahora, en plena efervescencia
independentista; saber para callar y no verse arrastrado.
Lo único coherente de toda esta historia ha sido el cierre del Centro de Estudios Jordi Pujol. Su existencia era pura ironía desde el momento en que
llevaba 10 años impulsando "…un
pensamiento político contemporáneo que actualice y refuerce los principios
básicos que han marcado la trayectoria personal del President Jordi
Pujol". Ahí es nada.
El gran problema de la
decepción y el descreimiento es en quién creer a estas alturas cuando los mitos
caen, como caen los reyes magos cuando el primo listillo te dice que no
existen, que son tus padres ¿Cuántos ‘Pujoles ’continúan emboscados en los
diferentes partidos? ¿Cuántos por obra u omisión han participado del festín? En
nuestras manos está descubrirlos y
tirarlos. En nuestras manos está cambiar el orden de las cosas; en nuestras
manos servirlos a la mesa y no ser nosotros, como siempre, el plato principal.
Unas manos que como el viento sean capaces de arrastrar cuanto sobra.
Tan
sólo un viento perturbador y ruidoso que mueva las hojas, que sacuda las ramas
y desnude el tronco de los árboles.
Tan
sólo un viento agitado y turbulento que estremezca las raíces y marchite la
sabia vieja.
Tan
sólo un viento díscolo e inquieto que libere la tierra, que arrastre cuanto
le sobra y la llene nuevamente de vida.
Tan
sólo un viento impaciente y travieso que desordene la mesa y la limpie y te
deje en el plato como invitado.
Tan
sólo un viento perturbador y ruidoso, agitado y turbulento, díscolo e inquieto,
impaciente y travieso. Voraz.
Nada
más.
Ojalá que sea así. Para
todos los que deseamos que llegue ese día y celebrarlo, esta receta: gelatina de vermut con aceituna, el cóctel comestible, la tapa-cóctel. Fácil,
sin tapujos, ligero y fresco como un viento de primavera, que combina la
sutileza del vermut y la carnosidad de la aceituna en una textura diferente
plena de cromatismo, que nos hará experimentar todo un mundo de sensaciones y
no dejará indiferente a nadie. Para quedar bien en cualquier parte.
Que lo disfrutes.
NECESITARÁS
(para 4 personas)
- 1 vaso de agua de vermú blanco o negro.
- Aceitunas rellenas.
- 3 hojas de gelatina.
ELABORACIÓN
- Calienta el vaso de vermú en el microondas (sin que hierva) y disuelve las 3 hojas de gelatina.
- Introduce en vasos de chupito 1 ó 2 aceitunas rellenas y llénalos con la preparación.
- Deja enfriar en la nevera al menos 2h y listo.
NOTA
Puedes poner en el
chupito en lugar de aceitunas berberechos, aunque la aceituna realza más el
punto sofisticado de esta tapa. Otra forma de presentar la tapa es con
aceitunas, por ejemplo de la variedad gordal de mayor tamaño, deshuesadas y
rellenándolas de gelatina con la ayuda de una jeringuilla; sin embargo, el
efecto de la gelatina fuera y la aceituna ‘atrapada’ en ella para mi gusto es
mucho más aparente, más con vermú blanco, donde destaca más ésta, que con vermú
negro.
MÚSICA
PARA ACOMPAÑAR
Para
la elaboración: How You Like Me Now, The Heavy
Para
la degustación: You’re Goin’ Miss Your Candyman, TerryCallier
VINO
RECOMENDADO
Mal combina una tapa
que lleva incorporada la bebida, en todo caso con otra igual o de la misma
naturaleza: Vermut Vall de Xaló. Bodegas Xaló, Alicante. Un peculiar y
excelente vermú de uva moscatel.
DÓNDE
COMER
Es un bocado de cóctel,
por tanto de pie, al aire libre, vestidos con la mejores galas y yendo de
corrillo en corrillo, a la caza de las mejores y más divertidas conversaciones,
del mismo modo que se hacen los negocios, los limpios y los turbios, pero sin
impostura, ni engañando a nadie.
QUÉ
HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Casi, casi, esperar al
siguiente plato, porque éste realmente es un suspiro que, aunque leve, es
difícil de olvidar…sírvete otro mientras tanto, no te arrepentirás.