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“…
Siempre culpables de lo que nos hacen. Criaturas a las que se responsabiliza
del deseo que ellas suscitan. La violación es un programa político preciso:
esqueleto del capitalismo, es la representación cruda y directa del ejercicio
del poder…”
Virginie Despentes, Teoría King Kong.
Llevar bragas no es sencillo,
porque para llevarlas son necesarios muchos cojones. Llevar bragas excede el
significado de llevar calzoncillos. Va más allá de su función protectora frente
a las diferentes secreciones corporales, y, por supuesto, más allá de su relación
con el erotismo y el fetichismo. Llevar bragas es toda una proeza al alcance sólo
de mujeres, las únicas capaces de aunar al concepto utilitario de su uso la responsabilidad
unilateral de mantenerlas en su sitio, aunque se las arranquen a la fuerza o se
vean resignadas a bajarlas en contra de su voluntad. Es por esto que llevar bragas
condiciona la existencia, pues, en una sociedad como la nuestra, más que
llevarlas cargas con ellas, convirtiéndose en más ocasiones de las que
imaginamos en toda una heroicidad.
No, no es nada fácil llevar
bragas. No hay más que ver las recomendaciones del ministerio del interior paraevitar una violación. Un decálogo que difícilmente impediría una situación tan
terrible como ésta y que no tiene otro objetivo que ‘cubrir el expediente’,
pues delega la responsabilidad de lo que pueda suceder en la propia víctima y
en las medidas de precaución que pueda tomar. Unas recomendaciones dirigidas a
las mujeres que las obliga a ser policías de sí mismas y las condena a vivir en
un estado de desconfianza y alerta a perpetuidad ante las posibles
consecuencias del deseo incontrolado que en determinados hombres pueden ser
capaces de suscitar. “Yo ya te advertí”, parecen querer decir, “a partir de
aquí me lavo las manos. Ya te apañarás”.
Algunos de los consejos, como
llevar un silbato en caso de ser atacadas (¿Por qué no también el resto de la
ciudadanía como medida disuasoria contra los ladrones?) rozan lo rocambolesco,
por más que en otros países del entorno también se recomiende. Otros, apelan
directamente al sentido común inculcado desde niños en casa no sólo a las
mujeres sino también a los hombres (¿a quién no le resulta al menos inquietante
estacionar o pasear de noche en descampados, zonas de extrarradio o lugares
solitarios?) No hace falta ser mujer para que determinadas situaciones resulten
turbadoras e incluso amenazantes. Y otros, coartan sim paliativos la libertad
individual, como recomendar echar las cortinas al anochecer o no poner el
nombre de pila en el buzón.
No, la verdad es que no es fácil
llevar bragas, nunca lo ha sido; ni ahora, ni antes. Sobre las mujeres siempre
ha sobrevolado la sombra de la duda, la perversa cruz de la tentación de cuyo
influjo los hombres difícilmente pueden sustraerse. Siempre ha radicado en
ellas la responsabilidad última de cuanto les pueda pasar. Hace unos años, realizando
un trabajo sobre el archivo parroquial de una pequeña población de Teruel, en
una anotación fechada el 2/XI/1748, se recomendaba lo siguiente:
“(…) a las doncellas que van acompañadas a la iglesia en cabellos y
cuerpo descubierto no lo hagan, y cubran su cuerpo con mantilla y manteletas
mostrando recato y humildad, pues aprovechando la ocasión acuden a la puerta
del sagrado lugar personas ociosas de licenciosa vida por puro registro de la
novia, y por esta causa, sin tener reverencia de aquel sagrado acto, se suelta
libremente el chiste y la risa con mucha irreligiosidad (…)”.
Nada ha cambiado. Sigue siendo
igual de difícil llevar bragas hoy como ayer. Es ella quien debe cubrirse el
pelo y los hombros; es ella quien lleva la falda muy corta y tiene la lengua
muy larga; es ella quien debe mostrar recato y humidad, quien debe mostrarse
prudente y pasar inadvertida, quien debe quedarse en casa y no salir a la vida,
porque ella es la tentación, el diablo vestido de serpiente o de Prada, tanto
da, y el hombre el incapaz de dominar la voluntad, la inocencia incontenida
frente a la mala influencia.
El problema no es el decálogo del
ministerio de interior o las recomendaciones en una cultura muy influenciada
por la iglesia, el problema es lo actitud que enmascara, la velada, cuando no
resignada, aceptación de un hecho absolutamente inaceptable que permanece impreso
en el código genético de una sociedad que reprueba y excusa a partes iguales:
que la mujer debe guardar las formas y permanecer alerta frente a la
incontinencia e intolerancia masculina.
Un hecho que no sólo determina la violencia hacia una mujer en cualquiera de
sus formas, sino, y sobre todo, la actitud con que la afronta la misma
sociedad, incluidas las mujeres, que siendo las víctimas terminan por asumir
parte de culpa y a sentirse avergonzadas, una perversión que las responsabiliza
en última instancia de las agresiones cometidas contra ellas y que, en cierta
medida, terminan asumiendo.
Aún es común oír: “algo habrá
hecho cuando le ha pasado lo que le ha pasado” “Si es que se visten como putas”
“No se puede ir provocando por ahí, que luego pasa lo que pasa”…aunque las
cosas comienzan a cambiar. Cada vez hay mayor concienciación sobre esta
realidad intolerable que ataca a la integridad física y moral y a la libertad
individual, pero es un tridente (responsabilidad última, vergüenza y culpa)
difícilmente superable si la sociedad tan solo recomienda prudencia en lugar de
educar a sus miembros en el respeto, en la igualdad y en la libertad.
A pesar de ello, todavía hoy este
comportamiento rancio, violento e inadmisible dificulta el hecho de llevar
bragas sin percatarte de ello, sin percibir que eres mujer. Ojalá que la airada
‘chica del ascensor’, a la que el inefable alcalde de Valladolid hacía alusión,
salga corriendo algún día de éste, con las bragas y el sujetador en las manos y
gritando: “¡que no es por ti, capullo, que es por mí, que me las quito porque
me sale del coño!”…Y nadie se extrañe más que de la imagen de ese señor allí
adentro, como en el interior de una caverna, observándola sin entender nada y
pensando “con Franco vivíamos mejor”.
Para todos cuantos creen en una
sociedad basada en la igualdad entre hombres y mujeres, en el respeto y en la
libertad, esta receta: Pinchos de 'Melón Mojito', un postre muy alejado de los
planteamientos ajados y violentos de quienes se ven legitimados para agredir;
un postre sutil, ligero, refrescante y veraniego, que nos trae el sol a la boca y el
verano con sus noches y sus tardes de terraza. Un postre que te hará ver la
vida con alegría en el mismo momento que lo lleves a tu boca.
Que lo disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 4 rodajas de melón.
- La ralladura y el zumo de ½ lima o limón.
- 1 cucharada de azúcar.
- Un manojito de hierbabuena.
ELABORACIÓN
- Quítale las pepitas y la corteza a las rodajas de melón y córtalas en cuadrados de tamaño similar, sacando con el vaciador y el descorazonador bolas y cilindros de un par de ellas.
- Introduce en un bol los trozos junto al azúcar, la ralladura y zumo de la lima o limón y parte de la hierbabuena picada.
- Introduce en la nevera y dejar macerando al menos 1h. Saca los trozos de melón y ensártalos en un pincho alternando trozos cuadrados y bolas.
- Pasa por la batidora el almíbar de la maceración.
- Emplatado: Disponer los pinchos en una bandeja y rociar con el almíbar.
NOTA
Si te ves hecho un guerrillero,
añádele unas gotas de ron envejecido a la maceración, combina a la perfección y
acerca el melón a la categoría de cóctel comestible.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Glory Box, Portishead
Para la degustación: Lucky, Kat Edmonson
VINO RECOMENDADO
Reymos Moscatel, espumoso dulce
11. DO Valencia.
DÓNDE COMER
En mesa informal, al aire libre y
a la sombra, protegidos de los rigores estivales, y en buena y divertida
compañía, esa que siempre te ha hecho reír tanto y sentirte querida por cómo
eres y por lo que vales.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Un postre hipocalórico como este
bien merece combinarse con un modelito hipohuracanado que resalte sin complejos
tu cuerpazo. Así que no necesitarás grandes esfuerzos para quemar tan dulce
bocado: tan solo ir al armario, abrirlo, decidir qué ponerte y salir a pasear,
que en verano las tardes son largas…y las noches aún más. A por ella.