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Todos los eneros comienzan igual:
saturados de acumular celebraciones, comidas y regalos como si la vida nos
fuera en ello y no hubiera cuatros de febrero o doces de marzo donde celebrar y
evitar así morir aplastados por el peso insoportable de unos compromisos que
convierten esos días en un bodorrio interminable. Algo parecido a una versión
bizarra del ‘Día de la Marmota’ pero a la española y anclados a una mesa.
Todos los eneros comienzan cuando
los Reyes Magos se van. Miramos el trozo de roscón que nos ha tocado en suerte y hartos ya, pensamos:
“es hora de
morir”, como un Roy Batty resignado. Y todo lo pasado se pierde en el tiempo
“como lágrimas en la lluvia” y su recuerdo cristaliza en nuestro presente con
solo un par de quilos de más, si ha habido suerte. Es ahí cuando comienza por
fin enero y su declaración de intenciones; enero y el toque de queda frente a
las tentaciones; enero y sus propósitos de enmienda a la totalidad. Todos los
eneros, igual.
Pero si algo ha diferenciado este
enero de los anteriores no ha sido esta constatación ni sus consecuencias, sino
la manipulación política y mediática de unas Majestades que, bien por Reinas o
por Reyes, bien por su estilismo, han hecho correr océanos de tinta y encendido
el ánimo de muchos hasta la auto-combustión y lo grotesco, como si el mundo se
hubiera detenido a los pies de unos disfraces más o menos acertados o de unas
damas tan voluptuosas como evocadoras llamadas Libertad, Igualdad y
Fraternidad.
No sé cómo voy a explicar yo a mi
hija de 6 años que haya políticos incapaces de explicar a sus hijas de 6 años
que la magia existe y las cabalgatas, las carrozas, los pajes y sus Reyes, más
allá de sus ropajes, de su sexo o de su raza, son eso: la ilusión personificada
en la calle, la constatación de que algunas veces lo que no vemos existe, sin
importar lo que se esconde detrás de unas barba…y si no que se lo pregunten a
la novia de cualquier hípster que se precie.
No sé cómo voy a explicar a mi
hija de 6 años que haya periodistas y políticos con una actitud tan
reaccionaria y un discurso tan airado y violento que quedan perplejos incluso
ellos mismos cuando escuchan con tranquilidad lo que sus palabras significan. O
cantantes tan casposos que se permiten la licencia de insultar y amenazar a
alcaldes o vicepresidentas en un ataque de españolidad.
No sé cómo voy a explicar a mi
hija de 6 años que se critique más a una alcaldesa por una cabalgata de Reyes
Magos que a su antecesora por ofrecer viviendas sociales a los especuladores o
derrochar miles de millones en unas olimpiadas que ni se hicieron.
No sé cómo voy a explicar a mi
hija de 6 años que mientras hablamos de los trajes de sus Majestades, miles de
niños no han tenido juguetes ni apenas qué comer, porque cuando un gobierno no
gobierna para sus ciudadanos sino que lo hace plegado a los intereses de los
poderosos, hasta los Reyes Magos olvidan dónde viven e incluso muchos de ellos
ya no tienen ni dirección que recordar.
No sé cómo le voy a explicar a mi
hija de 6 años que mientras hablamos del sexo de los Reyes Magos, en Siria
centenares de miles de personas corren el riesgo de morir de hambre y los
padres alimentan a sus hijos con sopas de hojas de árboles muertos de frío y de
tristeza.
No sé si todas estas cosas se las
podré explicar a mi hija de 6 años, la verdad, mientras ocupamos nuestro tiempo
hablando de tantas y tantas naderías sin importancia. Tampoco sé si podré
perdonar algún jamás de los jamases a quienes arrastran al mundo a estas
situaciones, a todos aquellos que en su egocéntrica forma de gestionarlo nos
empujan como un viento malvado. Lo que sí sé es que estoy saturado de toda esta
porquería; más incluso que de celebraciones, comidas y regalos. Debe ser el
‘efecto Navidad’, que satura, cansa y agota por acumulación de excesos y trascendiendo
los márgenes exactos de su competencia ha terminado por invadir otros espacios.
Será eso.
Esta receta es de esas en las que
el hartazgo te hace decir ‘que le den a todo por donde amargan los pepinos’. De
esas especialmente diseñadas para los momentos en que la saturación ha tocado
techo y cualquier pequeño exceso se nos hace bola, en la mesa o en la vida. Y si
en la vida y por pura salud mental, la receta más acertada es no escuchar a
quienes intentan manipularnos, o al menos no hacerles caso, para proteger un
estómago estresado y meter en cintura la cintura, este plato es el remedio ideal
para el día después y los siguientes: Chupitos
de pepino, el chupito que se come del que no dejarás ni rastro. Una receta
con toda la frescura del verano para los estragos del invierno. Un plato lleno
de color, nutritivo y vitamínico que te hará sentir ligero cuan pompa de jabón.
Que lo disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 3 pepinos grandes o 4 medianos.
- 3 yogures naturales cremosos desnatados (375 g).
- Unas gotas de aceite.
- 3 cucharadas de zumo de limón.
- Sal.
- Una puntita de pimienta.
- ½ cucharadita de eneldo.
- ½ cucharadita de comino.
- 1 ajo pequeño bien rallado.
ELABORACIÓN
- Lava bien los pepinos, córtales la base y con una mandolina de cocina quítales la piel. Deja si lo deseas algunas partes de la misma sin quitar para dar un toque de color. Córtalos en 3 o 4 partes cada uno de ellos, según sea su tamaño, y con un vaciador extrae las semillas y parte de la carne, cuidando de que no se rompan y dejando una base para que no pierda el contenido. Ya tenemos unos vasos de chupito de pepino.
- Sala ligeramente el interior, espolvorea con un poco de comino y añade unas gotas de aceite, impregnando con el dedo el interior de los chupitos.
- Introduce en el vaso batidor todos los ingredientes junto a lo que hemos extraído de los pepinos y bate.
- Emplatado: llenar los chupitos de pepino con el yogur espolvorear con un poquito de eneldo y comino y servir.
Sencillísimo, fresco, ligero y
extraordinariamente delicioso.
NOTA
Este chupito de pepino es
precisamente eso, un chupito en el más estricto sentido de la palabra (eso sí,
algo más largo que el trago que este es), pues al batir las semillas y carne
que hemos extraído con el yogur y el resto de los ingredientes se licúa
adquiriendo la textura ligera de un gazpacho, lo que te permite tomarlo bebido
o a cuchara. Si quieres que sea una crema, bate los ingredientes sin añadir lo
extraído al pepino. En cualquier caso, los vasitos de pepino te los puedes
(debes) comer al tiempo que el contenido o después.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Stand by me, Playing for Change
Para la degustación: Be the one, Cycle
VINO RECOMENDADO
Al Vent blanco. DO Utiel-Requena
DÓNDE COMER
Es un bocado post-saturación. Un
bocado de hastío de mesa llena. Por tanto, para disfrutar casi a vuelapluma, de
pie o en taburete, y en barra, acompañado de trago rápido y conversación
ligera.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Andar, trotar, correr… No por su
peso específico, sino por lo que le precedió.