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En los últimos años el
comportamiento de mis alumnos en secundaria y bachiller ha ido relajándose en
las formas hasta tal punto, que cada año que pasa se hace más difícil sostener el
pulso normal de una clase. Mantener viva la atención del alumno requiere de
tanto esfuerzo, de tal cantidad de energía, que se invierte más tiempo en
corregir comportamientos inadecuados que en impartir los contenidos de un currículo
demasiado extenso para las condiciones en las que ha de impartirse.
No es un problema que se dé
únicamente en mis clases; es una situación generalizada, reforzada aún más por el
incremento de las ratios y la reducción de profesorado, que si bien ha ahorrado
dinero al estado (ese era el fin) lo ha hecho acosta de la formación adecuada
de los alumnos.
No hablo de graves problemas de
comportamiento, que los hay aunque son los menos. Me refiero a esa relajación
en las formas, en el saber estar, que entorpece el clima de convivencia
adecuado para que el aprendizaje se produzca con naturalidad. Toda la vida se
ha dado, es cierto. De hecho, no hay ninguna diferencia entre los alumnos de
ahora y los de antes; entre mis alumnos y yo mismo cuando lo era. Sólo hay dos
cosas que nos diferencian: que ahora esta situación se da más, más
descaradamente, de forma más generalizada; y que hoy los alumnos están
infinitamente mejor formados que nosotros a su edad, por más que se intente vender
lo contrario.
Siempre he dicho a mis
alumnos que ‘portarse mal, pero hacerlo bien’ es una máxima que en la escuela
adquiere valor de ley para que las relaciones dentro del aula no impidan el normal
desarrollo de las clases y el aprendizaje. Pero cada día que pasa observo que
es una batalla perdida. Como en cualquier situación donde nos relacionamos con
otras personas, ‘portarse mal’ puede ser una opción, pero hacerlo bien es una
obligación cuando nuestro comportamiento influye negativamente en los demás. Es
una cuestión de supervivencia y saber estar que a estas edades ya debe estar
interiorizado: No atiendas, estás en tu derecho, pero no molestes. Cuchichea,
pero no vociferes. Habla, pero no grites. Hazte ver, pero no te hagas de notar.
Respeta el turno de palabra, no monopolices. Pide permiso, no hagas lo que te
venga en gana. Aporta cuando hables, no expreses todo lo que pase por tu cabeza.
Cuestiona la vida, pero no todo cuanto se dice, porque has de valorar la
experiencia de tus mayores, sean o no profesores, creer en su criterio y
respetarlo.
Porque ser mayor no es
cuestionarlo todo porque sí. Ser mayor es cuestionarse la existencia para poder
construir el camino por el que va a transcurrir la vida. Ser mayor es valorar
lo que se tiene y lo que realmente se necesita. Ser mayor es asumir los errores
y aceptar la responsabilidad de nuestras acciones en nosotros y en los demás…Y
como aún eres joven y te queda mucho camino por recorrer, confía, no receles,
déjate guiar y respeta, porque ese buen fondo que tienes debe ir acompañado
necesariamente de unas buenas formas para no parecer un maleducado.
Probablemente son muchas las
causas que nos han llevado hasta aquí, pero pienso que el alumno no es sino una
víctima más; un hijo de su época, como cada uno lo ha sido de la suya. El
resultado de la imagen que la propia sociedad proyecta. Una sociedad que no le
deja crecer ni progresar adecuadamente en las formas. Una sociedad que ha olvidado
enseñar en casa los valores básicos que facilitaban la convivencia; normas de
comportamiento cívico que hacen la vida más sencilla. Porque en muchos casos esta
sociedad ha perdido la autoridad en casa y la delega.
Una sociedad que ha eximido a los
chavales de toda responsabilidad sobre sus actos, en la escuela y en la calle,
y hace que maduren mucho más tarde. Porque sin responsabilidad, no hay crecimiento
ni se madura al ritmo que corresponde a esa edad. Y sin consecuencias sobre sus
actos, tampoco.
Hoy se dan comportamientos en 2º
de Bachiller que hace unos años sólo se daban en 3º de la ESO. Hoy el mismo alumno
que es mayor para salir el fin de semana hasta la madrugada (y me parece
perfecto si es cumplidor con sus obligaciones), no lo es para aceptar la
responsabilidad si sale del instituto sin permiso, obligando al profesor a
montar guardia en la puerta como un policía de paisano, pues las consecuencias
de su huida recaerían sobre él. Hoy los institutos son el resultado de un
proceso de ‘infantilización’ iniciado el mismo día en que abrieron sus puertas
a los alumnos de 12 y 13 años. De tal forma, que ante el miedo a una influencia
negativa de los compañeros ‘mayores’, se adaptaron en todos los sentidos a su
edad, y en lugar de acelerar el proceso de maduración de los más pequeños, el sistema
ha ‘infantilizado’ todos los niveles y extendido la infancia, diluyendo la
asunción de responsabilidades hasta las puertas de la universidad.
Y es que formación y educación van
de la mano y se sientan juntos en el pupitre del aprendizaje. Y no son lo mismo,
aunque lo parezca; pues la primera nos equipa de conocimientos, mientras que la
segunda, además de formarnos, nos adorna con valores, con normas de convivencia
y contenido ético y moral, elementos ideales con los que confeccionar el traje
a medida, cómodo y perfecto que ha de acompañarnos toda la vida.
La buena noticia es que en un momento
de este viaje el fondo y la forma terminan yendo juntos de la mano en la inmensa mayoría (doy fe de ello, viendo a
mis alumnos años después). Tal vez la única objeción al mismo es lo largo que se hace el camino hasta
que ese día llega.
Para sobrellevarlo nada mejor que
esta receta: Cucuruchos de ensaladilla.
Un plato especialmente dedicado a todos mis alumnos, dado que en un sondeo, más
allá de los macarrones y el arroz a la cubana, era de las comidas que más les
gustaba. Una ensaladilla de las de toda la vida, pero servida de forma
divertida y original. Un plato completo con todo el sabor y el color que esa
fábrica de hormonas de los 12 a los 18 necesita. La excusa perfecta para no
dejar en el plato ni las migas.
Que los disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
- 400 g de patata.
- 2 zanahorias.
- 2 o 3 huevos duros, según tamaño.
- 1 yema de huevo batida.
- 15-20 aceitunas rellenas de anchoa.
- 1 latita de guisantes.
- 1 pimiento morrón de lata.
- 2 latas de atún en aceite.
- 150 g de mayonesa de bote.
- 2 pepinillos agridulces.
- Sal y pimienta.
- 8 pociones de pan de molde.
ELABORACIÓN
- Lava las patatas, pela las zanahorias y cuécelas junto a los huevos en abundante agua con sal. Una vez rompa a hervir, saca los huevos a los 10’ aproximadamente, las zanahorias 8’-10’ más tarde (pincha con el tenedor para comprobar) y las patatas, según el tamaño 10’-20’ después. Deja que enfríe todo. Pela la patata y con el tenedor machácala junto a la zanahoria mezclándolo todo muy bien. Si no te gusta tan picado y lo prefieres, puedes cortarlas en trocitos muy pequeños y mezclar igualmente. Salpimentar al gusto.
- Lavar bien los guisantes e incorporarlos a lo anterior, junto a las claras de los huevos y una de las yemas ralladas, al pimiento troceado, el atún desmigado, las aceitunas laminadas y los pepinillos muy picados. Mezclar todos los ingredientes e incorporar la mayonesa.
- Extender con un rodillo las porciones de pan y con la ayuda de un molde cónico formar conos. Pintar las zonas de unión con yema de huevo batida para que selle y el resto para que se dore. Introducir en el horno bajo el grill hasta que se doren. Sacar, dejar enfriar y retirar del molde.
- Emplatado: rellena los cucuruchos con la ensaladilla, espolvorea por encima las yemas ralladas de huevo duro reservadas y sírvelos en un cuenco ‘clavados’ en legumbres secas o arroz.
Sencillísimo, original, económico
y espectacular. A disfrutar.
NOTA
Puedes prescindir del pepinillo
agridulce, aunque su punzada ácida le da un toque muy especial a la
ensaladilla. Y si te gusta, añadirle también o sustituirlo por cebolleta en
vinagre.
Del mismo modo puedes utilizar
cucuruchos de galleta industrial para helados. Es más rápido, pero el sabor y
el toque que le dan los hechos por ti de pan no tienen comparación.
MÚSICA PARA ACOMPAÑAR
Para la elaboración: Estado provisional, León Benavente.
Para la degustación: Toda la vida. Fuel Fandango.
VINO RECOMENDADO
Don Ramón, tinto barrica 14. DO
Campo de Borja
DÓNDE COMER
Acompañan divinamente frente al
televisor, una mano en el cucurucho y la otra en la cucharilla; y son muy
cómodos también para comer con prisa por la calle. Si decides servírselos a tu
hijo como almuerzo para el recreo, el glamour entre sus compañeros lo tendrá
garantizado, pero se recomienda no envolverlos en papel de plata y menos
llevarlos en la mochila entre los libros.
QUÉ HACER PARA COMPENSAR LAS CALORÍAS
Portarse un rato mal, pero
haciéndolo bien; ya sabes, con gracia y sin molestar en exceso. Unas cuantas
bromas que te hagan morir de risa y unas carrerillas huyendo a trompicones de
ese amigo que es la víctima, será ejercicio suficiente que los compense.