La sombra de Rita es
alargada incluso a la hora de su muerte, y las reacciones de los grupos
políticos y de algunos ciudadanos no se han hecho esperar. Más allá de minutos
de silencio (puestos a escoger, ninguno como el de Xavi Castillo), siempre me
ha parecido fascinante cómo reaccionamos ante la desgracia ajena, y en el caso
de una política de su calado, con tantas sombras sobre ella, por supuesto las
respuestas han estado a la altura de las circunstancias. Para empezar, la falta
de decoro y de respeto por parte de algunos partidos políticos y ciudadanos ha
sido tan vergonzosa como miserable, y una muestra de falta de sensibilidad que
ya de por sí les descalifica. Porque tan vergonzosa y miserable ha sido la
reacción del PP como de Unidos Podemos. El PP, porque en lo que tarda en
pararse un corazón, ha sido capaz de cambio de rumbo hacia un discurso
hagiográfico que exalta la vida y obra de Barberá cuando horas antes no querían
tocarla ni con un palo y la escondía en lo más alto y oscuro del gallinero.
Ellos, que para salvarse de la quema la sirvieron en bandeja y la abandonaron a
su suerte, ahora hablan de cacerías mediáticas y de que “allá cada uno con su
conciencia”. Pues eso, allá ellos con la suya, si es que la encuentran. Y
Unidos Podemos, porque con esa escenificación absurda del minuto de silencio
han dado para horas de discusión injustificadas y solo han afeado su propia
actitud, por más que hayan derivado la cuestión en un infantil ‘Rita sí,
Labordeta no’. Como dice Gabilondo, “querer estar dentro y al tiempo ser un
outsider es una ingenuidad y debilita la imagen de madurez que necesitan
transmitir”.
Pero lo que más me
asombra de las reacciones ante la desgracia ajena o ante lo ajeno sin más, son
los comentarios de la gente en las redes sociales y en la calle, la impunidad
con que se habla, el odio y la falta de compasión y de respeto. Y no hablo de
justificar su figura política, ni mucho menos. Pocas personas tan alejadas de
mis planteamientos políticos y éticos como Rita Barbará. Hablo de insultar,
alegrarse, reírse, burlarse, mofarse, hablar por hablar, en definitiva, de la
muerte de una persona. Es una cuestión de respeto y de compasión hacia ella, su
familia y sus allegados. Pero el respeto y la compasión no parecen estar de
moda; la exhibición de la miseria moral disfrazada de ingenio, sí. Parece ser
que el protagonismo fugaz de cafetería y red social bien lo vale. Conocemos el
yo de una persona, en este caso el yo político, y nos olvidamos del resto de
yos y sus circunstancias que también forman parte de ella, que la completan y
que desconocemos. Y nos creemos con todo el derecho, cuando no la obligación,
de decir de ella todo lo que asome por la boca, por más que haya alguien a
quien le duela. Todos estamos compuestos de muchos yos, pero algunos se empeñan
en elaborar un argumento completo con uno solo de ellos para justificar su
discurso, y generalmente son aquellos que defienden con tanta vehemencia lo que
les interesa, como denuestan lo que desprecian o se la trae al pairo.
Pero no olvidemos que,
si todos los actos de nuestra vida tienen un significado, nosotros también nos
significamos con ellos. Banalizamos todo hasta tal punto que cada vez perdemos
las formas con más frecuencia. Y lo que es peor aún: no nos damos ni cuenta. A
veces incluso perdemos la noción de lo que está bien y está mal; de lo que es y
lo que debería ser. Lo grave es que educamos en esos parámetros del
desconcierto y así nos luce el pelo luego en el aula.
Curiosamente ayer, un
par de horas después del fallecimiento de la ex-alcaldesa, cuando las redes
sociales hervían con su fallecimiento y algunos entraban en éxtasis narcisista
cuando no en coma, mi hija estaba tomando un café en una cafetería. En la mesa
de al lado unas mujeres hablaban de sus hijos y salió a relucir un profesor.
Era yo. Las barbaridades que decían sobre mí, sobre el ejercicio de mi
profesión, mis actividades fuera de ella y mi persona, algunas de las cuales
desconocía yo mismo y serían motivo de denuncia, le parecieron tan graves a mi
hija que salió en mi defensa. Lo que dijeron no viene al caso. Ni siquiera es
lo importante. Seguramente, los motivos de los argumentos desmedidos y pasados
de frenada que escupían por sus bocas, debieron surgir en una posible
advertencia con suspender al hijo de alguna de las allí presentes, alguna
reacción o gesto mío considerado inapropiado fuera del contexto de la clase o
vete tú a saber, porque no se me ocurre
otra explicación.
Lo curioso de la
anécdota es que, como en el caso de las barbaridades que se dicen de los
personajes públicos como Rita Barberá en las redes sociales (y los profesores
en cierta medida lo somos), no me conocen de nada, no hemos convivido o ni
siquiera han hablado jamás conmigo. Jamás. Y eso es lo triste en todo este tipo
de actitudes, que a pesar de ello haya gente que se crea con el derecho de
decir lo que le venga en gana sin pensar en las consecuencias o el dolor que su
palabras puedan causar. “Es lo que me han dicho. Lo que dicen”. Le contestaron
a mi hija. Qué se le va a hacer, es lo que hay. Esto no se cura prohibiendo y
persiguiendo los comentarios hirientes como pretendía el PP; esto sólo se cura
con educación y empatía, con humanidad y compasión. Pero mientras la basura
siga teniendo más cartel que el respeto y se valore más, muy poco o nada se
puede hacer. Eso sí, al menos yo sigo vivo, que ya es mucho.
Tenía reservada una
receta para Rita, en el caso hipotético y altamente improbable de que un día
hubiera entrado en prisión por sus desmanes políticos: Presa Ibérica al estilo Rita Barberá. Una elaboración hecha con esa
pieza del cerdo ibérico y que por razones obvias ya no tiene sentido. Es una
lástima, porque así y todo creo que le hubiera encantado. Seguro que sí. A
pesar de que hoy, muy a su pesar, me haya dejado sin receta.
Descanse en paz…ella y
las otras. Que tranquilas, vuestros hijos al final aprobarán. Estoy seguro de
ello.